miércoles, 2 de octubre de 2013

La espiral evolutiva del desarrollo humano


LA ESPIRAL EVOLUTIVA

La evolución de la consciencia como equilibrio, simetría, proporción y ritmo. Una teoría matemático-geométrica de su desarrollo 

Sinesio Madrona Rodenas
Prólogo para este blog

[Pendiente] Sólo apuntar, de momento, que otro artículo sobre el mismo tema: Procesos de autoorganización en la conciencia y crecimiento humanos. Teoría matemático-geométrica de su desarrollo, aparece en http://procesos-autoorganizacion-conciencia.blogspot.com. En él intento enfocar este tema, cuyo desarrollo, tal como aparece aquí, es más antiguo, en base a algunos modernos conceptos de las Ciencias de la Complejidad, que en su día me eran desconocidas salvo por la referencia a Haken y su sinergética  y a Bertalanffy y la teoría sistémica, que hago más abajo.


1.- Consideraciones preliminares


            Los fundamentos de esta teoría, aunque es una teoría psicológica, no nacen en el seno del discurso tradicional de la psicología. Este discurso, aunque pertenezca a escuelas distintas e, incluso, enfrentadas, como pueden ser el psicoanálisis y el conductismo, por poner los dos ejemplos más clásicos, adolece de estar inmerso en un discurso racionalista autocentrado en la propia materia de estudio (como, por otra parte, ocurre en cualquier otra disciplina). Racionalista aún cuando los temas que se investiguen (por ejemplo, Jung y la gestalt) no tengan, aparentemente, nada que ver con el discurso racionalista. Racionalista en su connotación limitativa, porque al centrarse exclusivamente el estudio en el fenómeno humano se pierden de vista las posibles conexiones y paralelismos que pudieran existir entre este fenómeno y el resto de la realidad del Universo tal como lo conciben otras ciencias, como pueden ser la física, la química, la geología..., por mencionar las más aparentemente alejadas del hecho humano. Racionalista porque en el fondo todavía nos creemos exclusivos y separados del entorno que nos sustenta, siendo este entorno el Universo, la realidad, del que formamos parte y con el que somos Uno.

            Desde la perspectiva de esta teoría no es, pues, extraño concebir una estructura matemático-geométrica en el desarrollo de la conciencia. Obviamente, si queremos hacer de la psicología una ciencia y no muchas ‘ciencias’ ajenas las unas a las otras en sus saberes y fundamentos, habríamos de ver en un planteamiento matemático y geométrico (que trata de incluir en su estructura el desarrollo del ser humano, tanto en su conducta como en su conciencia) una promesa de que, quizá, sea posible salir de los enfrentamientos doctrinarios y concebir el fenómeno humano como una unidad en la que necesariamente tenemos que incluir todas sus características para hacer de su estudio un planteamiento integral. Porque ¿qué sentido tiene hacer ‘ciencia’ de una parte del ser humano si no incluye su aspecto principal; es decir, su naturaleza consciente? La ciencia de la conducta del ser humano no es, fundamentalmente, diferente de la de cualquier otro animal. En este caso no tenemos una ciencia del hombre, sino una ciencia de la conducta de una especie animal en particular.

            Por otra parte la estructura que aquí se propone y el concepto de ser humano que se desarrolla desde esta perspectiva, tiene paralelismos, semejanzas u homologías con las estructuras básicas que estudian otras ciencias, tan duras, incluso, como puedan ser la física o la geología. Y es que el planteamiento de esta concepción del ser humano no lo hace diferente al entorno en el que vive y del que procede. Es más, desde esta perspectiva se considera una garantía de objetividad y cientificidad el hecho de que exista ese paralelismo. ¿Por qué el fenómeno humano –incluso la estructura de su conciencia– habría de ser diferente de la estructura del Universo en el que existe? ¿Acaso pensar de otra manera no será todavía producto de la influencia judeocristiana que concibe al ser humano como algo completamente ajeno al mundo en el que vive? Mundo que debe someter a su dominio y no integrarse con él..., cuando los seres humanos somos una parte consustancial del universo en el que vivimos.

            No podemos hacer ciencia del hombre todavía porque estamos apegados ideo-emocionalmente a una u otra de las distintas etapas evolutivas que en esta teoría se contemplan. Las emociones, incluso las que se suscitan en la experiencia mística, son susceptibles de ser tratadas con objetividad –como un factor energético– en tanto en cuanto seamos capaces de ir más allá de las distintas fijaciones ideo-emocionales que se producen en el desarrollo humano. La dialéctica entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro humano debería llevarnos a concebir un proceso dual en el que, alternativamente,  una experiencia o una emoción (cerebro derecho) o una explicación (cerebro izquierdo) producen un efecto sobre una anterior condensación ideo-emocional (fijación en términos psicoanalíticos) cuya función es hacer saltar la consciencia de la realidad de un nivel a otro cada vez más abarcador (un proceso recursivo, como dice Keeney, 1983). Dejan de existir, de esta forma, ‘ideas’ y ‘experiencias’ acerca de cómo es la realidad y pasamos del plano de los supuestos “hechos”, al plano de las relaciones (de la información) y de los procesos recursivos, que se dan entre factores opuestos (Keeney, 1994), como medio para acceder a un continuum evolutivo que nos libera de toda ‘creencia’ acerca de cómo es la realidad. Y ello no tiene por qué significar que distintos niveles de esa misma realidad y distintas formas de operar en la misma, vistos desde distintos estadios de la consciencia, tengan que ser necesariamente incompatibles.

            Con esta teoría se muestra que el desarrollo y la estructura de la conciencia puede ser interpretado en base a funciones y postulados en nada diferentes a los planteamientos de las ciencias clásicas. Es decir, el hecho de que la conciencia nos haga diferentes a otros seres vivos no quiere decir que esta nueva estructura de la evolución de las especies que somos los humanos no esté sometida a las mismas leyes estructurales (sistémicas) que el resto de la materia-energía de la naturaleza. Si a alguien le quedaba alguna duda, esta concepción de la conciencia nos sitúa a la par de cualquier otra estructura de la realidad. Naturalmente esto no significa que la conciencia sea reductible a sus ‘componentes’ como bien decía Jung acerca de la catedral de Colonia: no puede ser reducida a un estudio mineralógico de los materiales empleados en su construcción (Jung, 1950).


2.- Una forma de pensamiento diferente

            Centrándonos ahora más en concreto en esta teoría podemos afirmar, de esta forma, que en el actual discurso racional con el que tratamos de explicar la experiencia mística y la conciencia transpersonal[1] no se ha ‘recuperado’ la unidad primordial de pensamiento que existía en la etapa prepersonal[2] de la historia de la colectividad humana entre el hombre y su entorno, pues no distinguía entre uno y otro. Entonces, al igual que las experiencias no ordinarias de la conciencia descubren de una manera radical la ruptura de la unidad que tiene la visión personal-racional-cartesiana de la realidad, tenemos que encontrar en la razón una teoría, una forma de pensamiento, una estructura pensante, una actitud nueva ante el proceso del pensar... que cuestione radicalmente todo el curso del pensamiento racional dicotómico heredado del cartesianismo y sea apto para la visión unitaria de la realidad (Madrona, 2008, Lo racional y lo experiencial), pues aquél es un fiel reflejo de la etapa personal en el desarrollo de la conciencia.

            Sólo podemos encontrar algo parecido a lo que buscamos en la forma de pensamiento prepersonal. Cuando el ser y el universo eran una y la misma cosa y cuando lo que se decía del uno se decía también del otro. Sólo una forma de pensamiento, una teoría que sea capaz de reflejar esto y que pueda ser filtrada a través del pensamiento racional de la etapa personal (de lo contrario estaríamos cayendo en la falacia pre-trans; es decir, en la confusión entre las etapas prepersonal y transpersonal, Wilber, 1983) puede ser un reflejo capaz de recoger en el cerebro izquierdo las llamadas experiencias no ordinarias de la conciencia.

            No es cierto, como se han cansado de decir una gran mayoría de místicos y como no se cansan de decir actualmente muchas personas cuando hablan de sus experiencias inefables, que el fenómeno místico sea incomunicable y no pueda tener el correspondiente reflejo en la capacidad del cerebro izquierdo para comprenderla e integrarla en una teoría del ser humano y del universo. No es cierto en la misma medida en la que la experiencia sexual es también incomunicable. El sentimiento íntimo genuino que cada uno de nosotros tenemos en la experiencia sexual es incomunicable y sin embargo no cesamos de hablar de ello. Es cierto en la medida en la que el sentimiento de esta experiencia no se puede trasmitir a un niño. Porque el individuo que no ha tenido una determinada experiencia emocional no puede entender una verbalización sobre la misma, independientemente de que ésta sea sexual, mística o de otra naturaleza. Entonces tengamos las cosas claras: la experiencia mística no se puede trasmitir, como tampoco se puede hacer con la experiencia sexual, pero eso no quiere decir que no podamos entendernos cuando hablamos de sexo. Igualmente podemos entendernos cuando hablamos de la experiencia mística siempre que no queramos –como se puede apreciar a veces en comunicantes de este tipo– que el oyente tenga con nosotros un ‘orgasmo místico’, al tiempo que le comunicamos nuestra experiencia, para que creamos que nos ha entendido, como no buscamos que la otra persona tenga un orgasmo cuando hablamos de sexo para suponer que nos entiende.

            La carencia de una estructura racional capaz de reflejar sin demérito la realidad y el universo que se percibe tras la experiencia mística está en la base de esta postura, pero eso es porque en el terreno racional estamos inmersos todavía en la etapa personal, dicotómica y parcial (como debe ser, pues esa es la definición de la conciencia personal) y somos dependientes, por lo tanto, de unas limitaciones en nuestra estructura pensante que nos hacen incapaces de reflejar racionalmente la experiencia no ordinaria de la conciencia[3].

            Una teoría que se propusiese superar estas limitaciones tendría que volver a considerar la realidad como un todo unitario en el que lo que se dijese de un aspecto de la realidad se pudiese decir también de otro por muy alejado o diferente que fuera del primero para la conciencia ordinaria. Tendría que integrar en su seno aspectos tan opuestos para el conocimiento como el determinismo científico y la libertad. Es decir, tendría que ser tan determinista como exige la ciencia conocida y tendría, al mismo tiempo, que dar todas las posibilidades inherentes a la experiencia libre de la realidad. Tendría que superar la distinción racionalista de la conciencia ordinaria entre determinismo y libertad, distinción que no es real, no existe, en el pensamiento unitario (Madrona, 2008). Una teoría así podría hablar del desarrollo humano y de su conciencia sin menoscabo de encuadrarlos en un marco matemático y geométrico, y sin que este marco fuera una limitación a la hora de trascender las propias restricciones de una visión exclusivamente racional. Este marco teórico tiene que dar la posibilidad de que –inmersos en su contemplación– podamos tener una experiencia mística. Es decir, tiene que ser un marco en el que se fundan en cerebro derecho y el izquierdo, un marco en el que lo numinoso y lo racional vayan cogidos de la mano. Es un camino que están andando ya diversas teorías enmarcadas con el término de ‘ciencias de la complejidad’. La teoría sistémica, en particular es –entre otras cosas– una recuperación de la capacidad analógica del cerebro para percibir la realidad con la que el ser humano antiguo interpretaba su entorno. Y esta capacidad está en la base del pensamiento unitario, ya sea prepersonal o transpersonal. Creo que la teoría que les propongo responde a todas esta consideraciones.

            Por otra parte la idea de que no existe un pensamiento prepersonal digno de ser tenido en cuenta me parece fuera de toda discusión. Sólo cabe citar que los desarrollos míticos de la concepción del Universo en los que está inspirada esta teoría no impidieron concebir matemática y geométricamente la estructura del universo y desarrollar, hace ya unos 4.000 años, la división de la circunferencia en 360º.

            La teoría que les propongo está fundamentada en un conocimiento milenario de la estructura del Universo. Estructura que se proyectaba, como es natural en una forma de pensamiento prepersonal, en  una mitología astral; lo que no es óbice para que algunos de sus hallazgos –en particular su estructura y la idea de unidad entre el hombre y su medio– no puedan ser recuperados desde la perspectiva de un pensamiento transpersonal, que vuelve a recuperar la unidad; pero tras la separación e inclusión del pensamiento científico, racional, objetivo y dicotómico que tiene lugar en la etapa personal. Creo que es fundamental recuperar esa visión de la realidad que se tenía cuando el pensamiento griego aún no había escindido la realidad, y el pensar sobre el Hombre era pensar sobre el medio que le rodeaba y pensar sobre el Universo. Cuando lo que se decía sobre uno era igualmente aplicable al otro. Cuando el ser humano pertenecía a la época y al momento en el que había nacido, pues eran uno y lo mismo (importancia de las condiciones del inicio según la moderna teoría del caos y una posible aplicación de la teoría del ‘campo j’ de Laszlo, 1993). Éste es un tipo de pensamiento prepersonal basado en la experiencia de unidad primordial que existe antes de la separatividad que es característica de la conciencia personal. La experiencia transpersonal ‘recicla’ la unidad primaria a través y más allá de la conciencia egoica-personal (racional, científica) para convertirla en unidad trascendente. Esta teoría que les presento pretende ‘reciclar’ el pensa­miento primario, que pertenece a un estadio cultural paralelo o semejante a la conciencia prepersonal, en un pensamiento transpersonal que recupera esa unidad; pero respeta, al mismo tiempo, la separatividad y la objetividad que forman parte de la conciencia personal en su desarrollo evolutivo, pues es ya parte inherente de la naturaleza de la conciencia humana.


3.- Una teoría racional capaz de reflejar la visión del mundo que se descubre tras la experiencia mística

            El uso del término reflejar no es un recurso simplemente literario. Y si añado que la teoría que les propongo es un fiel reflejo de la realidad de la experiencia mística tampoco estoy haciendo una alusión gratuita. Un reflejo de una imagen es una copia exacta de la misma. La teoría que les propongo, además de ser rigurosamente matemática y geométrica, ‘refleja’, desde la misma esencia formal que construye y constituye, la experiencia mística al ir más allá del esquema newtoniano-cartesiano y convertirse en símbolo; símbolo o mandala susceptible de crear, a través de la meditación y contemplación, un estado que trascienda el limitante marco racional y nos dé esa vitalidad del primer principio religioso del que habla E. Trías (1994). Pero el reflejo del espejo, aunque copia exacta, es una copia invertida. Asimismo el reflejo racional de la experiencia mística es esta misma experiencia, pero ‘invertida’. Es decir, en la medida en la que la experiencia mística es asimilable (en un pensamiento dual) al hemisferio derecho del cerebro, el ‘reflejo’ que de la misma tenga el hemisferio izquierdo tiene que ser ‘igual, pero invertido’; es decir, ‘igual’, pero racional.


 Fig. 1. Grafo de las relaciones internas  en la estructura dodecanaria.

            Esta teoría responde a un determinismo riguroso (aspecto de la realidad incorporado en la fase personal); pero su expresión gráfica y simbólica en un mandala nos lleva hacia una actitud contemplativa que está más allá de cualquier rigor racionalista, por mucho que lo incluya en su seno. La capacidad vivencial, numinosa e intensa de la experiencia transpersonal tiene, necesariamente, que tener su contraparte en el cerebro izquierdo. No se puede pensar que esa experiencia no pueda ser expresada en los términos y las estructuras racionales de este hemisferio, pues eso sería introducir un desequilibrio en la naturaleza, impropio de la unidad que existe y se persigue tras la experiencia y vivencia numinosa del espíritu. Otra cosa es que, inmersos –aún a nuestro pesar– en una mentalidad racionalista, hayamos sido capaces de encontrar el camino adecuado para ello.

            Probablemente muchos de Vds. piensen que una teoría de esta naturaleza es imposible; pero al mismo tiempo no dejarán de estar conmigo si afirmo que sólo una teoría de estas características es capaz de sostener la afirmación de que es un fiel reflejo, desde el lado racional, del mundo que se percibe en la experiencia de la conciencia no ordinaria.

            Ésta es una estructura dodecanaria. El doce es un número muy particular, tiene múltiples divisores que formalizan subgrupos diferentes de elementos que se pueden recombinar entre ellos en distintas formaciones. Es además el número de subpartículas atómicas, el m.c.m. de las estructuras cristalográficas y ha sido empleado en numerosas ocasiones en las distribuciones grupales en las estructuras sociales antiguas (cuando todavía no se había roto la unidad sujeto-objeto), por lo que es un indicio favorable en el camino que seguimos. Por otra parte es posible que la estructura dodecanaria produzca en el cerebro humano una sensación de armonía  que no sea indiferente a la elección del mismo. ¿Es el inconsciente el que nos dicta esa elección o es el reconocimiento intuitivo de que estamos en la base de la estructura del Universo? Es posible que la naturaleza pudiera haber elegido la estructura dodecanaria para configurar el Universo simplemente por un factor económico. Es decir, parece ser la forma geométrica que mejor equilibra las tensiones y, por lo tanto, la que menor gasto energético produciría.


4.- La fórmula matemática

            Debo hacer algunas aclaraciones para los lectores que se asustan ante las matemáticas. En este terreno matemático lo más importante no es la fórmula en sí, sino la configuración geométrica que sustenta. La fórmula matemática es la de una curva espiral y da cuenta de que los tiempos de desarrollo se van dilatando con la edad y del hecho de que al ser una espiral vuelve sobre las mismas fases. En este sentido no es otra cosa que un ropaje exacto con el que se pretende revestir las posturas de Jung, Wilber y Wash­burn. La descripción de los procesos que tienen lugar en el desarrollo humano se apoya más en el gráfico que resulta de la configuración geométrica, algo mucho menos árido que una función matemática. La existencia de la espiral implica que las fases de la madurez repiten ciertos esquemas de la infancia. Pero el alejamiento gráfico tiene una interpretación simbólica y es que, por ejemplo, el foco de las fases prepersonal y transpersonal es el mismo, pero en un nivel diferente de realidad, lo que explicaría por una parte la confusión entre ambas fases y por otra el hecho de que haya entre ellas tantas similitudes (la pregunta surge siempre: ¿psicosis o mística?). En las fases de la segunda vuelta se estaría reconstruyendo lo que tuvo que ser separado en la primera por necesidades evolutivas de crecimiento. No hay que fijarse tanto en el aspecto matemático como en el aspecto gráfico, pues, a mi entender, esta representación resuelve algunas incógnitas de la naturaleza del desarrollo humano.

            La formulación matemática del proceso surgió a posteriori. Cuando estaba terminando la descripción del primer ciclo de la espiral, los tiempos que me estaban surgiendo de la comprobación armónica y estructural de los procesos de crecimiento y desarrollo que describe la psicología evolutiva sugerían un proceso espiral. Le di los datos a Arturo González-Mata y él encontró la siguiente fórmula matemática que describe con perfección el proceso:

Edad = 1/60 (J2/90 + J)

donde J es el ángulo recorrido para una determinada edad.

            El hecho de que la curva resultante sea una espiral es también, en sí, simbólicamente significativo. La espiral y el helicoide surgen tras la aplicación de un vector (fuerza lineal) al trazado de una curva. El vector es un símbolo masculino y la curva es un símbolo femenino. La espiral, como curva resultante de la interacción entre un elemento masculino y otro femenino es una figura masculino-femenina y como tal un símbolo de integración de fuerzas, estructuras, principios... opuestas. El hecho de que en la naturaleza y en el cosmos la espiral –y el helicoide– sean formas frecuentes es un indicio de que existe una búsqueda de equilibrio que tiende a estabilizar las tensiones y representa un símbolo de madurez y logro en los distintos niveles de la realidad. Por otra parte esta espiral se desarrolla sobre un fondo que consiste en una estructura geométrica circular dividida en doce sectores.

            El resultado de la conjunción de la espiral matemática y la estructura geométrica se muestra extraordinario. En esta estructura cada fase del crecimiento humano viene expresada gráficamente por un arco de 30º y el tiempo que le corresponde lo cuantifica el desarrollo de la curva espiral. Así se empieza por una primera fase de 8 meses siendo la duración de las subsiguientes el resultado de un incremento constante de 4 meses. Por consiguiente las frases que siguen son de 12, 16, 20, etc., meses. Esta secuencia inmersa en la estructura geométrica mencionada, se muestra extraordinariamente coherente con los procesos evolutivos, hasta el punto de que todos los procesos que tienen lugar en el desarrollo humano (incluidos los biológicos de la gestación, desarrollo puberal y menopausia, cuya objetividad es indiscutible) responden a la simetría central del círculo.


Fig. 2. Curva espiral de la resultante positiva de la fórmula que describe el desarrollo humano en la teoría dodecanaria (datos de edad en números enteros).

            La fig. 3 es una representación de las fases en la estructura dodecanaria. El número encerrado en un círculo es el ordinal de la fase, los números emplazados en los radios son datos de edad. En el gráfico estos datos se han dado en números enteros para mayor facilidad visual y mnemotécnica. Cada fase está comprendida entre los datos de edad que la circundan.

Posteriormente (fig. 4) se expone una lista con los datos de edad exactos entre los que discurre cada fase. Las fases han sido denominadas de acuerdo al aspecto principal que tiene lugar en el desarrollo en ese momento de la vida. En la columna de la izquierda están los datos del primer ciclo vital tal como se considera en este estudio. En la columna de la derecha están los del segundo ciclo. La superposición de las fases del segundo ciclo sobre las del primero implica semejanzas estructurales y comportamentales. La consideración geométrica (que no matemática) de una fase 0  prenatal a la que se superpone la fase 12 es coherente con las observaciones efectuadas en este estudio que más adelante se exponen.


Fig. 3. Esquema de fases y edades que abarcan  (datos de edad en números enteros)
           



Fig. 4. Cuadro de fases y edades que abarcan  (el decimal significa n.º de meses)

            Es notorio citar que varios psicólogos señalan analogías entre distintas fases que quedan justificadas en esta espiral. Por ejemplo Gesell (1940) señala una similitud sorprendente entre el mundo ideacional del niño de 2'5 años y el adolescente. Similitud que aquí queda reflejada en la oposición de las fases 3 (Verbal, social, dual, mental) y 9 (Ideacional). Rappoport (1972b) por su parte señala una notoria semejanza entre la vejez y la adolescencia. Estas dos etapas quedan superpuestas en esta espiral al corresponder con una primera y segunda vuelta por el mismo lugar. Es también necesario señalar la importancia de lo social en la adolescencia (descubrimiento del otro) y en la vejez (necesidad de estímulos sociales) cosa que también queda reflejada en esta disposición espiral del desarrollo. Hay muchas sorprendentes armonías en esta teoría del crecimiento humano a las que me iré refiriendo a lo largo de este texto.


5.- La descripción de los subciclos

            El sorprendente resultado estructural con todas las consecuencias implicadas obligaba a buscar una explicación de la regularidad de tal proceso dentro del ámbito de la propia psicología. Ésta se encontró al adaptar las cuatro fases de la libido de la teoría freudiana a una secuencia evolutiva que se repite periódicamente.

            Esta disposición del proceso evolutivo permite establecer una serie de correspondencias, dialécticas y subestructuras cíclicas que son las que le dan la razón de ser y muestran el fenómeno humano como algo de una naturaleza, posiblemente, más regular y armónica de lo que podíamos pensar. Estas subestructuras se pueden definir y representar por figuras regulares inscritas en el círculo, es decir semicírculos, triángulos, cuadrados, hexágonos, diámetros, etc. Después de haber estudiado y establecido esta estructura surgió la necesidad de encontrar una explicación a esta regularidad.

            Cabe añadir, dado que las pretensiones de este estudio van más allá del marco estricto de la psicología y la evolución del desarrollo humano, la sospecha  o la pregunta de si estas representaciones cuaternarias de la realidad no tendrán una base profunda en la estructura del cosmos. Es decir, las cuatro fuerzas básicas del universo (gravitacional, electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte), los cuatro elementos químicos que son fundamentales en la creación del universo (helio, berilio, carbono y oxígeno), etc., así como otras muchas estructuras geométricas y polares en geología y otros ámbitos de la realidad. Esta teoría estaría, por otra parte, en línea con las pretensiones de Laszlo (1997) cuyo libro tiene el siguiente subtítulo: Hacia una ciencia unificada de la materia, la vida y la mente, y con las de Peat (1987): Sincronicidad: puente entre mente y materia.



Fig. 5:  subciclos de la libido en la espiral evolutiva.

            Propongo, entonces, la existencia de unos subciclos de la libido que se van repitiendo periódicamente a lo largo de la vida del individuo (ver fig. 5). Estos ciclos estarían formados por cuatro fases que responden a los estadios de la libido señalados por Freud como: libido primordial, catexis del yo, ligazón al objeto y ligazón a la representación del objeto (Laplanche y Pontalis, 1968). En este estudio estos cuatro estadios están sacados de su contexto psicoanalítico y trasladados al contexto evolutivo. Asimismo existe una variación en la interpretación de la primera fase, la de la libido primordial, pues no se considera tanto vinculada o fijada en las llamadas zonas erógenas como un concepto más general y global relacionado con el inconsciente y con los procesos biológicos que tienen lugar en el crecimiento del ser humano. Estaría más en la línea de la psicología de Jung.

            En el contexto de la Espiral Evolutiva se pretende señalar con estas fases ciclos completos de desarrollo que se irían repitiendo a lo largo de la vida del ser humano. Sería la recurrencia de estos ciclos la que da la razón profunda a la armonía que se observa en el crecimiento del ser humano desde la perspectiva de la Espiral Evolutiva.

            En los estudios mitológicos de Jung también se encuentran, aunque con mayor dificultad, estas cuatro fases: la caverna del dragón, el descenso al Hades, el vientre de la ballena, etc., para la primera fase; las acciones y luchas del héroe, el encender fuego, el enfrentamiento al peligro, etc., para la segunda; los objetos –mágicos o no– que el héroe utiliza en su empresa o los que le ofrece alguna deidad protectora para la tercera, y la salida fuera de la gruta, del vientre, de las profundidades e, incluso, la aparición de seres celestes que elevan al héroe para la cuarta (Jung, 1950).

            Basándonos en la idea de Jung de la regresión evolutiva y adaptándola al contexto de la psicología evolutiva, cabría señalar que cada vez que entramos, en el curso del desarrollo, en una fase que aquí relacionamos con la libido primordial de Freud o la caverna del dragón en Jung, reiniciamos el ciclo evolutivo con una vuelta al principio. Esta vuelta está suficientemente clara si pensamos que en dos ocasiones tiene que ver con procesos biológicos (pubertad y menopausia), el otro proceso biológico que existe en estos subciclos de la libido es el propio inicio de la vida con la gestación. En las dos fases no señaladas por procesos biológicos hay fuertes regresiones e intensos conflictos con el inconsciente. Son la fase edípica y la que he señalado como génesis espiritual (26-30 años) en la que se producen fenómenos “subjeti­vos” sobre los que han llamado la atención distintos psicólogos como Frenkel-Brunswick (1968) y Gould (1972), y que Wilber (1983) señala como el comienzo de las primeras fases del desarrollo espiritual. Dada la constancia biológica de las otras tres fases cabría apuntar la posibilidad de que en estas dos no señaladas notoriamente por procesos biológicos se pudiera dar algún cambio mínimo de tipo hormonal u otros, que habría que buscar específicamente para hallarlo, si es que acaso existiese.

            A partir de esta vuelta al principio las fases siguientes irían repitiendo los procesos tan claramente distinguidos por Freud hasta llegar a la fase cuarta del subciclo (ligazón de la libido a la representación del objeto) en la que se vendría a tomar consciencia –en mayor o menor medida– de todo el subciclo anterior. Es decir, cada uno de estos subciclos representaría un nivel del desarrollo de la conciencia (bebé, niño, adulto...) con una orientación en el mundo radicalmente diferenciada. Cada regresión evolutiva significaría, pues, una conexión con los orígenes de la vida para desarrollar un conocimiento más amplio y profundo de la naturaleza de la realidad, un nivel de conciencia diferenciado de esa realidad. Así cada una de estas cuatro fases de la libido configuran en el terreno evolutivo del crecimiento humano una etapa en el desarrollo de la conciencia. Es decir, a lo largo del crecimiento existen varias fases de libido primordial, de catectización del yo, de ligazón de la libido al objeto y de ligazón de la libido a la representación del objeto. Dicho de otra manera, el ser humano se repite a sí mismo y cada vez que lo hace adquiere un nuevo grado de conciencia, una nueva capa de humanidad sobre su disposición potencial. En esta teoría será un ciclo menor dentro de un ciclo mayor.



6.- Relaciones triangulares

6.1.- Primera fase del subciclo de la libido. La primera fase freudiana de la libido traducida al sistema de la espiral evolutiva da lugar a etapas periódicas en las que el individuo tiene un contacto profundo con el inconsciente, con lo biológico, con los conflictos derivados de las emociones que se producen en esas circunstancias (el descenso del nivel de conciencia ‘racional’), con los lazos profundos que implican esas situaciones, etc. Estas etapas son las siguientes: el desarrollo intrauterino, el conflicto edípico, el desarrollo y conflicto puberal, la que he llamado génesis espiritual (esta fase cae sobre el sector en el que tiene lugar la gestación) y la crisis menopáusica[4]. Se podría considerar una última crisis, la del óbito siempre que se confirme que la fecha señalada en la espiral tiene un efecto drástico sobre la vida (como ocurre curiosamente alrededor de los 35-40 años, ver más adelante el apartado 10.- El ciclo vida-muerte), independientemente de que el desarrollo humano vaya encontrando modos de resolver cuestiones físicas o sociales que incrementan la esperanza de vida.


Fig. 6: disposición triangular de las fases derivadas del primer estadio de la libido
           
La posición geométrica de la fase de la génesis espiritual sobre el mismo sector que tiene asignada la gestación en el primer ciclo tendría un enorme significado. Estudiosos de psicología evolutiva (Frenkel-Brunswik, 1968, y Gould, 1972) sitúan al final de la segunda década del individuo, una gran abundancia de “experiencias subjetivas”. Numerosas biografías (Jung, 1961; Falla y J. Ramón Jiménez, [Campoamor, 1976]) muestran un característico periodo de retiro o renuncia, o, incluso, una experiencia mística por esas fechas (B. Russell citado por Rappoport, 1986a, y por Sheehy, 1984). Wilber sitúa a la edad de 28 años (1983) el comienzo del desarrollo espiritual. Como he dicho arriba, dada la constancia biológica de las otras tres fases es posible que en estas dos no señaladas notoriamente por procesos biológicos se pudiera dar alguna alteración mínima y sutil de tipo endógeno. Dada la naturaleza de la experiencia mística y el hecho de que puede ser inducida a través de determinadas drogas, cabría apuntar que la búsqueda debería dirigirse hacia la posibilidad de que se manifestase un incremento o variación significativa en la producción de endorfinas, u otras substancias características, por el cerebro. La posibilidad de que se diera esto es una de los postulados de la ciencia, su carácter predictivo[6].

            En mis investigaciones he encontrado que pueden ser numerosos los acontecimientos que produzcan en el ser humano una experiencia que, eventualmente y no sin trabajo, podría conducir al desarrollo de la conciencia transpersonal: un periodo de retiro o trabajo muy aislado, una pérdida afectiva muy sentida o la pérdida del estímulo que la vida proporcionaba años antes; interés por cuestiones espirituales, humanitarias, esotéricas, yoga, vegetarianismo...; una enfermedad propia o de un familiar muy cercano, etc. etc. En fin los sucesos pueden ser infinitos, pero el resultado general es una nueva perspectiva de la vida; aunque la conciencia de esa nueva perspectiva puede no ser obvia hasta muchos años después, en teoría hasta la fase 15 (40-45 años, dual consciente), final del subciclo de la libido en el que se encuentra esta fase de la génesis espiritual y, por lo tanto se llega a la conciencia más plena y más racional de ella.

            En esta fase se produce lo que podríamos llamar un “segundo nacimiento”. Existen numerosos mitos en torno a este tema que han llevado a Frobenius (citado por Jung, 1950) a hacer un esquema general de los mismos. Incluso en la religión cristiana aparece este mito cuando Nicodemo pregunta a Jesús y éste le responde: “Quien no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es, y lo nacido del espíritu, espíritu es” (San Juan: 3, 1-8). El simbolismo de este segundo nacimiento debería llevarnos, en el curso de los años posteriores, a trascender los conceptos de vida y de muerte, y a verlos como parte de una estructura cíclica general a la que podemos tener acceso con el pensamiento y el sentimiento, transportándonos a un lugar en el que dejemos de estar agobiados tanto por la una como por la otra.

            Lo importante de este esquema es que estas fases quedan ubicadas en el tiempo por la fórmula de la espiral y en el espacio por la geometría dodecanaria derivada de aquella. Tal como se muestra en la fig. 6, todas estas fases forman un triángulo equilátero. Es decir, su incidencia media se presenta con una regularidad asombrosa una vez aceptado el proceso ralentizador del tiempo que la espiral matemática revela en el desarrollo humano. Es de destacar en esta triangulación que en ella se establece tal relación entre tres hechos absolutamente objetivos, no sujetos a interpretación, como son los procesos biológicos de la gestación, la pubertad y la menopausia.

6.2.- Segunda fase del subciclo de la libido. Las fases que les siguen (catexis del yo, luchas del héroe) tienen que ver con procesos en los que se señala un importante incremento de la autoafirmación, de la independencia, del cuestionamiento de los roles recibidos, del aumento de iniciativas y decisiones, etc.
  


Fig. 7: disposición triangular de las fases derivadas del segundo estadio de la libido


           En un primer momento la independencia viene señalada por la ruptura del cordón umbilical y la eclosión de una criatura que a partir de ese momento será autónoma en sus funciones fisiológicas. Más tarde, después del conflicto edípico y de la socialización del niño a través de la familia, viene el periodo de autoafirmación y de lucha por conquistar el yo que Freud define como asunción del superyó y Jung como comienzo del proceso de individuación. Monedero (1982) señala también en ese periodo un incremento de la competitividad yoica.

Posteriormente en el periodo adolescente el joven cuestiona todas las pautas y la ideología recibida de sus mayores y busca su propia definición de la vida. Erikson (1982) ha señalado esta fase en la que destaca la búsqueda de la autoidentidad por parte del adolescente y en Wilber (1977) co­rres­pondería con el inicio del estadio del centauro. Entre los 30 y los 35 años se da, asimismo, un periodo de marcado énfasis en la toma de decisiones, la independencia, la ruptura con antiguos lazos, la asunción de una nueva orientación más personal en la vida, etc. (Sheehy, 1984). El último periodo, de 51 a 57 años parece coincidir con un marcado incremento en la capacidad de decisión profesional y empresarial en las personas, así como en un sentimiento de solidez personal y autoafirmación (Sheehy, 1984). De nuevo estas etapas, correlativas a las anterio­res, forman un triángulo equilátero, que nos muestra la regularidad que los procesos de la libido parecen tener en el devenir humano. Fig. 7.

6.3.- Tercera fase del subciclo de la libido. El tercer motivo de agrupación de la fases, deriva de la señalización por Freud de los procesos de ligazón de la libido al objeto y en Jung de las herramientas del héroe. Tendría que ver con un incremento del contacto del individuo con la realidad, con el objeto. En el primer año este enfoque se puede percibir en la suprema importancia que en este momento tiene el contacto que el niño está desarrollando con su propio cuerpo y con los objetos exteriores, la madre el primero de ellos. La correspondiente fase posterior se relaciona con el periodo en el que el niño empieza a desarrollar las operaciones concretas, descrito por Piaget (1947). Es una época de escolarización y marcado interés por aprender. Erikson (1982) señala el desarrollo de la competencia para la edad escolar.
  
           

Fig. 8: disposición triangular de las fases derivadas del tercer estadio de la libido 


Al final de la adolescencia (18-22 años) se da una fase que se puede caracterizar como de contacto con la realidad social-profesional. Al igual que el niño tomó contacto con su cuerpo en la primera fase de este ciclo, y tomó contacto con la realidad mental concreta en la segunda, en esta tercera fase el joven está tomando contacto con una realidad más amplia, la señalada por su relación con el mundo adulto. Es decir, estas tres fases estarían señaladas por la unidad de contacto con la realidad, que es física en la primera, mental en la segunda y social-profesional en la tercera. Fig. 8.

            Una cuarta (35-40 años) y quinta (51-57 años) fases están poco estudiadas en la psicología evolutiva. Cabe no obstante mencionar que en la cuarta fase parece haber un notable incremento de la estabilidad y la seguridad material, una actitud más hedonista hacia la vida y una recuperación de algunos deseos inconscientes profundos relacionados con el cuerpo y la sexualidad (Sheehy, 1984). En la quinta fase se podría cabe señalar la posibilidad de desarrollar una actitud tutorial con respecto a las nuevas generaciones que nos van a sustituir en la vida laboral activa, así como ensayar o comenzar algunas ocupaciones o aprendizajes que habríamos de desarrollar después de la jubilación, lo que sería homologo al aprendizaje que se hace en esta misma fase en la infancia.

6.4.- Cuarta fase del subciclo de la libido. Al cuarto estadio de la libido se corresponden fases relativas al crecimiento mental y social específicas del ser humano (ligazón de la libido a la representación del objeto de Freud, salida de la gruta y elevación del héroe a los cielos de Jung). La primera fase tiene lugar durante el proceso de verbalización del niño. Junto al desarrollo verbal el niño adquiere una incipiente capacidad para manejar sus pulsiones y una visión dual de la realidad. Gessell  (1985) señala que a los 2'5 años el niño ve la vida como una calle de dos direcciones. En la siguiente fase tiene lugar la descentralización afectiva del niño que le permite desarrollar la capacidad para las operaciones abstractas, tal como señala Piaget (1947) en su estudio del desarrollo de la inteligencia. Ambos aspectos: el mejor conocimiento de lo emocional y un destacado desarrollo de la capacidad de abstracción vuelven a repetirse en esta fase prepuberal.


 Fig. 9: disposición triangular de las fases derivadas del cuarto estadio de la libido

            La siguiente fase, la 11, tiene lugar en la Espiral Evolutiva entre los 22 y los 26 años. Wilber (1983) señala el principio del desarrollo de una capacidad abstracta superior, que menciona como lógica imaginativa, hacia los 21 años. No obstante ésta es una fase que marca el límite de evolución del ser humano, no todo el mundo tiene o ha tenido el desarrollo que pertenece a ella. Wilber (1983) describe que la lógica imaginativa es la primera estructura “[...] que puede sintetizar, establecer conexiones, relacionar verdades, coordinar ideas e integrar conceptos. [...] Ésta es, evidentemente, una estructura altamente integradora, en mi opinión, la estructura más integradora del dominio de lo personal. Más allá se encuentra el reino de lo transpersonal.” (pág. 262).

            En mi opinión la lógica cartesiano-newtoniana se despliega en el ser humano a partir del nivel de abstracción que supone la fase 7 (operaciones abstractas de Piaget), y este tipo de pensamiento impregna actualmente todo el discurso académico, aún tratándose de materias tan poco académicas como pueda ser la psicología transpersonal (Madrona, 1998). Interpretar la realidad según el nivel de abstracción que se alcanza en la fase 11 implica un salto cualitativo de tal magnitud que sólo lo podremos entender parcialmente si lo comparamos con el salto que se produce entre el pensamiento autocentrado del niño y el pensamiento descentrado y abstracto del adolescente. Y explicar la visión de la realidad que se produce al acceder al nivel de abstracción que supone la lógica imaginativa implica la misma o análoga dificultad a intentar explicar a un niño el tipo de pensamiento adolescente.

            De la fase 15 (de 39.8 a 45.0 años, dual consciente) del segundo ciclo, no sé que haya nada escrito sobre ella (de este definido sector en particular) que merezca la pena mencionar como un nuevo nivel de desarrollo de la abstracción. No obstante la posición de esta fase (sobre la 3, el comienzo de la dualidad en el niño, la separación de los sexos) justificaría una explicación –si admitimos la coherencia global del conjunto representado por la espiral– de la teoría junguiana de la evolución y del interés que las personas que acudían a su consulta en ésta y posteriores edades. En el primer ciclo tiene lugar en este mismo sector la incipiente conciencia de la separación de los sexos. Ahora se justificaría en este sector la integración de la dualidad sexual a través de la incorporación a la conciencia de los modos de ver el mundo y la conducta del opuesto al sexo biológico, lo que Jung define como la integración con los arquetipos del anima y el animus, y que relaciona, sin especificar fecha, con la madurez.

            En esta fase se desarrollaría un nuevo nivel de abstracción que he llamado lógica ideo-emocional concreta o autocentrada. Con este nombre quiero dar a entender que en este estadio la visión global incorpora consciente y operativamente la percepción del cerebro derecho y el individuo ya no elabora un mundo únicamente en base a su lógica, pues da igual importancia a sus percepciones ‘irracionales’ (man­tengo el término de ‘lógica’ provisionalmente). Lo de ‘autocentrada’ es porque considero que en esta fase, al igual con lo que ocurre en este mismo sector en la primera vuelta de la espiral, esa percepción tiene como centro al individuo. A la siguiente fase, la 19, correspondería una lógica ideo-emocional descentrada o abstracta. Al igual que en la primera vuelta de la espiral en la fase que corresponde a este mismo lugar geométrico se produciría un descentramiento afectivo que llevaría a un nuevo descubrimiento del tú en este nivel transpersonal y a la capacidad de abstracción ideo-emocional descentrada. En ella, especulativamente, el individuo podría tener una percepción experiencial y racional de la realidad desde cualquier lugar de ella, ya sea humano, animal, vegetal u objetal en general[7].
           

7.- Trinidad

            En torno a la estructura triangular de los puntos de inicio de los ciclos de la libido (fig. 6) surge la teoría de que el ser humano está constituido, básicamente, por tres nódulos emocionales que constituyen el triángulo emocional que rige la vida humana. Esta teoría es, de todas formas, casi un fiel reflejo de la teoría de la libido de Jung (1913, pág. 61 a 69), salvo por el hecho de que se concibe como estructura básica y proceso cíclico que se repite. Es decir, en el ser humano existen tres núcleos de libido: la protolibido o libido primordial que nos conecta con la unidad, la libido familiar, que estructura las sociedades animales y humanas, y la libido sexual que resalta el desarrollo del ego y de la individualidad y que es específica del ser humano. La concepción de Jung termina aquí; pero en la teoría espiral después de la tercera fase de la libido, volveríamos de nuevo a la primera fase o protolibido, según la terminología junguiana, sólo que ahora sería una libido trascendente, el primer estadio espiritual que Wilber (1983) llama sutil. Esta nueva fase de la libido nos reconecta con la unidad primordial, pero en un nuevo ciclo de conciencia, por lo que se convierte en la unidad trascendente.

            Me voy a limitar a describir un punto esencial de esta teoría. Cada nueva fase de la libido se apoya en la negación y rechazo de la anterior. Así la fase de libido sexual (adolescencia, fase 8) se desarrolla rechazando la fase de libido anterior (Edipo, familia, fase 4) o libido familiar. La fase de libido trascendente se desarrolla a través del rechazo de la anterior, que implica la condena del ego, de la sexualidad, de las ambiciones humanas, del maya budista (en este sentido el papel de la Iglesia Católica y otras confesiones religiosas, sería un papel evolutivamente necesario para la especie). La fase de libido trascendente no es el final, es otra más en el proceso de desarrollo. Así el acceso a la experiencia y conciencia transpersonal no es el final. En esta teoría supone una reestructuración radical del mundo vivido hasta ahora por el individuo.

En el primer ciclo de la espiral las fases de la infancia temprana están sumidas en una percepción confusional que se va disolviendo y estructurando conforme el individuo va creciendo y percibiendo la dualidad y la separación, y llega a una configuración momentáneamente estable tras el Edipo. En este segundo ciclo de la espiral ocurre lo mismo para cualquier mediano observador. Tras la experiencia mística y el acceso a una nueva forma de ver el mundo se produce una gran inflación del ego (evolutiva­mente necesaria) y una etapa acusadamente confusional. De esta situación nos sacará, al igual que en la primera vuelta, el paso de nuevo por la libido familiar (en términos freudianos sería un segundo Edipo), que ahora podríamos llamar libido familiar trascendente. Tras este paso se supera el exceso de numinosidad que existe en la primera etapa trascendente y “se vuelven a ver los ríos y montañas como tales”, tal como reza el dicho zen. Se alcanza una nueva meseta de estabilidad, al igual que ocurría en la infancia en esta misma fase. Se vuelve a recuperar la importancia del yo que, en realidad, ha seguido ejerciendo su poder desde el inconsciente al que se le ha rechazado ideológicamente desde una incompleta maduración e insuficiente comprensión de la naturaleza de la conciencia transpersonal. Ya no aparece como algo rechazable o como algo subordinado al fundamento dinámico, en terminología washburniana, sino, como una fuerza en sí misma, asimilable a una fuerza yang existente en el universo (Madrona, 1998). El acceso a un nuevo nivel epistemológico de conciencia sólo se puede producir a través de un proceso recursivo (Keeney, 1994) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede un yo transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival que éste necesita para lograr esa integración[8]. Esta manera de ver el proceso del desarrollo de la conciencia como un ciclo que, en teoría, es continuo, nos puede ayudar a distanciarnos de los momentos en los que, sumidos en el éxtasis, nos resulta difícil ver con perspectiva esa misma realidad que estamos viviendo.


8.- Descripción de las fases opuestas

            Desde la perspectiva dual (o diametral) entramos a considerar fases que se oponen entre sí y muestran relaciones características de esa oposición. Ver fig. 10.

8.1.- Primer eje: yo-tú.- La fase 1 representa el nacimiento, la independencia fisiológica de la madre y el comienzo incipiente del desarrollo del yo. En el lugar opuesto la fase 7 (9-12 años, la pandilla, el otro) representa todo lo contrario, lo que he llamado el desarrollo del tú. En esta fase se produce, como dice Piaget (1947), la descentralización afectiva y el chico reconoce al otro como alguien distinto de sí mismo. Al mismo tiempo reconoce también la existencia de una vida interior, un yo propio y diferente. La fase 1 es egocéntrica y esta actitud se mantiene hasta la fase 7, en la que empieza el desarrollo social igualitario en la relación con los pares. Esta distinción es muy clara en la psicología evolutiva y resulta muy convincente en la espiral evolutiva.

  

Fig. 10. Polaridades en la estructura de crecimiento (edades en números enteros) 


            La fase 13 (30-35 años, activa) vuelve a mostrar un intenso periodo yoico, se acentúa la expresión de la independencia y la toma de decisiones, iniciativas y gran actividad (esta fase está simplemente señalada por Rappoport (1986) y Monedero (1982) que inciden en destacar la edad de 30 años, descrita por Sheehy (1984)  y se basa también en estudios propios). En la fase opuesta podemos citar la afirmación de Rappoport (1986) para toda la ancianidad como un periodo en el que se vuelve a plantear el tema de la relación social y de la identidad personal con renovado interés. Este mismo autor llega a compararla con la adolescencia, lo que es significativo dado que este ciclo se superpone al periodo adolescente en la primera vuelta espiral.

8.2.- Segundo eje: corporal-sexual.- En la fase 2 (1-2 años, corporal) se inicia la educación de los esfínteres y, sobre su base, las estructuras básicas de educación y las primeras normas de socialización. Se produce el descubrimiento de los genitales. Es una fase muy relacionada con el descubrimiento del cuerpo. En su opuesta, la fase 8 (12-15 años, puberal), se da una nueva relación intensa con el cuerpo debido al desarrollo puberal. Asimismo se empieza a cuestionar la educación recibida en la infancia.

            En la fase 14 (35-40 años, sobre la 2, hedonista) existen sospechas de que vuelven a hacer una insistente aparición las fijaciones y “perversiones” infantiles a las que alude Freud en su teoría. La fase 19 (70-77 años) está por estudiar. Habría que investigar la sexualidad en el an­ciano dado que esta fase se sitúa en el mismo lugar que la pubertad en el primer ciclo. Cabe prede­cir, de acuerdo con esta teoría, que con el progresivo alargamiento de la esperanza de vida y las nuevas actitudes en materia sexual de las generaciones que están ahora en la madurez podría­mos ver en los próximos años un cambio total acerca de lo que se cree sobre la sexualidad del an­ciano. En este sentido el fenómeno supuestamente patológico y socialmente rechazado del “viejo verde” podría ser contemplado como una respuesta a un condicionamiento social represivo de una sexualidad que reverdece.

8.3.- Tercer eje: verbal-ideacional.- En la fase 3 (2-3 años, Verbal, mental, social, dual) se produce un notable desarrollo del lenguaje y por su intermedio un mejor manejo de las pulsiones y de los impulsos motores a través de la verbalización. Un gran interés por conocer el qué de las cosas. Se descubre la dualidad de la naturaleza (Gessell, 1985, compara esta fase con la adolescencia). En la fase 9 (15-18 años, ideacional) se da el notable incremento ideacional de la adolescencia y un máximo en los procesos de abstracción; lo que implica interés por comprender el mundo. Se puede considerar que los sistemas ideales y religiosos son respuestas integradas a la dualidad de la fase opuesta. La fase 15 (40-45 años, sobre la 3) queda por estudiar. Podrían investigarse los intereses cognitivos. También cabría apuntar aquí, ya en el desarrollo transpersonal, la vuelta a la unidad de los opuestos a través del desarrollo y acceso a la conciencia de las imágenes y actitudes femeninas y masculinas (opuestas a nuestro sexo biológico) de nuestro interior. Lo que Jung llama anima y animus.

8.4.- Cuarto eje: familiar-profesional.- En la fase 4 (3-5 años, edípica) la socialización a través de la familia está en un momento culminante, los modelos parentales servirán para la futura socialización del infante. En la fase 10 (18-22 años, aprendizaje o preparación social-profesional) el joven puede empezar a realizar por sí mismo estos modelos adquiridos en la infancia y a proyectarse socialmente a través de su profesión. Comienza la asunción de roles sociales, profesionales y familiares. Se hacen notar los imperativos de la realidad social.

            Tentativamente en la fase 16 (45-51 años, sobre la 4, segundo Edipo) se consideraría el comienzo de un cambio de los roles familiares con la aparición de los primeros nietos o, cuando menos, los cambios que producen la incorporación de yernos y nueras a la familia nuclear. Este dato de edad, mucho más disperso en la realidad, sólo tiene sentido dentro de la estructura total de esta teoría e invita a estudiar esta fase con el enfoque que se desprende de ella; habría que estudiar una posible renovación de las cuestiones edípicas y de la socialización grupal, y la posibilidad de que se produzcan notables cambios sociales aun independientemente de la aparición de nietos e hijos políticos.

8.5.- Quinto eje: madurez evolutiva.- En la fase 5 (5-7 años, post-edípica) se da una afirmación importante del yo como resultado de la asunción y estructuración de la realidad social a través de la familiar. Se produce una mayor madurez y estabilidad emocional y la escuela propicia el desarrollo de la individualidad. En la fase 11 (22-26 años) se estructura o reestructura toda esta temática, pudiendo aparecer una nueva afirmación del yo (rebelde o conformista) como consecuencia del asentamiento de los roles sociales y profesionales que eran incipientes en la fase 10, o como ruptura con los mismos cuando emerge un yo más profundo y distinto al modelado por las influencias familiares y sociales. Podría considerarse que la identidad personal adquirida en la opuesta fase 5 se expresa con más determinación, en este momento, a través del logro de una identidad social-profesional (también en las fases 10 y 11 la, señalada por el psicoanálisis, transferencia al ambiente profesional del conflicto edípico del periodo opuesto).

            La fase 17 (51-57, sobre la 5, plenitud) habría que considerar el aumento de la fuerza y coherencia del yo si, tal como sugiere la teoría, su expresión resulta análoga a la de la fase 5. Es una fase que señala, si se ha logrado la adecuada madurez, un nuevo punto cumbre en el desarrollo de la individuación y también se apunta como la edad culminante del poder empresarial y profesional (Sheehy (1984).

8.6.- Sexto eje: conocer la realidad.- En la fase 6 (7-9 años, escolar) hay un gran interés por la escuela y por aprender. En esta etapa se sitúa el comienzo de la fase de las operaciones concretas de Piaget. De este periodo se destaca el énfasis por el conocimiento racional y detallado del entorno. En la fase 12 (26-30 años, pérdida, introversión, mística, unidad postconsciente) hay que considerar su superposición geométrica sobre la fase 0 o prenatal.

            Teniendo en cuenta estos datos la superposición de esta fase sobre el periodo prenatal resulta muy significativa. Su interpretación con una orientación transpersonal estaría señalándonos un periodo no tanto de regresión (según la teoría de Freud) cuanto de una fase de superación de las limitaciones egoicas y duales (que son parte imprescindible del desarrollo de la conciencia e identidad personal) del primer ciclo vital que culmina a los 30 años. En contraposición a la racional fase 6, el conocimiento que se busca aquí es holístico, integrador, trascendente, emocional e ‘irracional’. Es la fase 18 (57 a 63 años, sobre la 6) se podría postular, de acuerdo con la coherencia de la espiral, que es un buen momento para retomar los estudios sobre intereses que no se pudieron realizar en el curso del desarrollo anterior y para preparar las actividades que habrían de tener lugar, en nuestra cultura al menos, a raíz del retiro de la vida laboral.


9.- La estructura cuaternaria

            Vamos a exponer brevemente sólo la estructura cuaternaria de la personalidad que surge de este planteamiento. Las otras subestructuras cuaternarias posibles son más complejas de exponer e incluyen interpretaciones probablemente más discutibles, por lo que alargarían excesivamente esta exposición ya de por sí larga. Ya se ha hablado del desarrollo de la libido en cuatro fases que configuran tres sectores diferenciados de evolución en la estructura dodecanaria, pero aquí vamos a ver la estructura poligonal de cuadrado o cruz que surge cuando se consideran las fases implicadas en ella, fig. 11.

            La estructura cuaternaria de la personalidad que aquí se propone, está formada por cuatro instancias denominadas yo, tú y principios materno y paterno. Los principios materno y paterno sustituyen a los de ello y superyó y se entienden como aspectos formativos de la psique individual conectados con principios universales y arquetípicos, a través de lo que en esta teoría se configura como el “eje grupal o colectivo”. Ciertos aspectos de este eje se entienden también como formadores de lo que se concibe como un yo grupal (identificación con un grupo, aspectos comunes del yo con otros miembros de la familia, del grupo local, regional, nacional, racial...). La instancia del tú se entiende como la producida por un profundo vacío constitutivo de la psique que se genera como consecuencia de la separación del embrión original en dos sexos y como la pérdida de la unidad con ‘el todo materno’ intrauterino tras el parto. Es notorio señalar que esta estructura cuaternaria de la personalidad se vincula a las fases evolutivas que señala. Es decir las fases evolutivas que coinciden con las cuatro instancias psíquicas tienen una fuerte influencia en su configuración y manifestación.



Fig. 11: estructura cuaternaria de la personalidad.

            Esta estructura de la personalidad surge como derivación del esquema ternario de Freud basado en los conceptos de yo, ello y superyó y se apoya en el concepto de cuaternidad de Jung, en la propia afirmación freudiana de que “se nos muestra al yo [...] sometido a tres distintas servidumbres y amenazado por tres diversos peligros, emanados, respectivamente, del mundo exterior, de la libido del ello y del rigor del superyó”[9] (Freud, 1974) [el subrayado es mío] y en el énfasis de Lacán (1971) en la dialéctica yo-otro[10].



10.- El ciclo vida-muerte

Es posible estudiar otras relaciones internas. Las fases conti­guas tienen, en algún aspecto importante, una relación dialéctica en­tre si. Una es la negación de la otra. Por otra parte esta relación nos lleva a plantear la sucesión de fases en una modalidad activo-incisi­va y otra pasivo-receptiva en sucesión alternada. No obstante estas relaciones no aparecen tan claras en la práctica y es más difícil esta­blecerlas.

Hay una relación matemática que resulta sorprendente y llamati­va. La ecuación que ha resuelto este sistema es de segundo grado. Es decir, tiene dos soluciones. Idealmente la primera solución se ha hecho partir del punto de nacimiento como es lógico suponer. La segunda solución (resultado inesperado de na­turaleza matemática) parte del punto en el que geométricamente se sitúa el principio paterno y social (factor externo al yo), a 90º del pri­mero en el eje positivo de las ordenadas. La dirección de ambas espirales es contraria.



Fig. 12: las dos espirales.

Para las soluciones de las mismas correspondientes a 45º, 225º, 405º y 585º ambas espirales se oponen desde el centro de los cua­drantes 1 y 3, posiciones analíticas de 45º y 225º. Pertenecen a las fases 2, 8, 14 y 20, edades (en números decimales) de 1'125, 13'125, 37'125 y 73'125 años. La fase 8 registra la gran crisis puberal, la fase 14 coincide con la gran crisis que menciona Jung entre los 35 y 40 años y que Michael P Ni­chols sitúa “alrededor de los 37 años”. Por lo menos en la Crisis pu­beral está claro (al menos en nuestra cultura) el enfrentamiento entre las expectativas de la sociedad y del joven.

            Las soluciones correspondientes a los 135º 315º y 495º sitúan ambas espirales en el mismo punto. Centro de los cuadrantes 2 y 4. Edades de 5'625, 23'625 y 53'625 años. Soluciones analíticas correspondientes a los 135º y 315º. Pertenecen a las fases 5, 11 y 17. Al menos en la fase 5 se puede constatar una gran unanimidad en cuanto a la madurez y autonomía del infante. Los principios simbolizados por el yo y el medio externo (Padre-sociedad) se encuentran geométricamente, y eso parece sugerir, simbólicamente, una cierta unión de los mismos, lo que resulta coherente con los hechos descri­tos en la fase mencionada. También existe, según Sheehy (1984) y mis propias observaciones una gran madurez en la fase 17, en torno a los 53 años. Podría estudiarse desde esta perspectiva la madurez, desde el punto de vista social-profesional, que debería aparecer en el individuo, según esta teoría, hacia los 23 años, después de haber tenido acceso a lo que Wilber llama lógica imaginativa y/o de haber desarrollado un mayor dominio de lo social-profesional.

            Voy a ofrecerles una interpretación más que a un racionalista al uso le parecerá probablemente ‘sacada por los pelos’; es decir, completamente especulativa y fantástica y con pocos datos ‘reales’ que la justifiquen. Una interpretación que se apoya en la simbología milenaria en la que se inspira esta teoría y que no resulta incoherente dentro de un pensamiento sistémico, de campo o gestáltico, que busca la globalidad, las estructuras universales, la coherencia interna, la autorregulación, la retroalimentación y la autorreferencia. La oposición de las espirales aparece ligada a lo que podríamos concebir como un punto de muerte o punto de transformación en el ciclo total, mientras que la conjunción de las mismas estaría relacionada con un posible punto de vida o punto de crecimiento.

            En los momentos en los ambas espirales se oponen tenemos estos datos: antes de llegar al año de edad se produce una gran mortandad infantil en situaciones tercermundistas, en orfanatos y lugares análogos (Spitz, 1969). Hasta los 13 años es muy difícil que se dé el suicidio en los niños, el adolescente empieza a tener otra relación con la muerte y es más capaz de quitarse la vida, cosa que empieza alrededor de esa edad. Los 37 años es una edad muy próxima a la esperanza de vida en culturas muy primitivas; hay incluso un informe estadounidense del Departamento de Salud, Educación y Bienestar Social, titulado Work en América (1973) que señala que: “Es observable un marcado aumento en la tasa de mortalidad en los trabajadores entre los 35 y los 40 años,...” (Sheehy, 1984, nota 6, pág. 600). La cifra de 73 años es muy próxima a la actual esperanza de vida [según el estudio original de 1991] en nuestras culturas desarrolladas; aunque en los últimos años se empieza a rebasar ampliamente; pero cabría aquí suponer que un estudio pertinente revelase una mayor “tasa de mortalidad” en esas fechas, como ocurre en el punto opuesto entre los 35 y 40 años.

            Una cosa importante de estas consideraciones es que el próximo cruce de ambas espirales se produce a los 121 años y desde hace algún tiempo se considera que biológicamente la vida del cuerpo humano es de 120 años y ésa será la esperanza de vida en un futuro no muy lejano (Hayflick, 1994). Sería una muestra de la capacidad predictiva de la espiral, de acuerdo con una de las exigencias de la ciencia. Las edades de oposición de ambas espirales aparecerían así como puntos críticos de transformación y no como fechas límite. Cabe sospechar entonces que, una vez superadas las actuales barreras cultural-biológicas a la prolongación de la vida, la duración de ésta casi se duplicaría en un espacio relativamente corto de tiempo.

            Por otro lado en torno a la conjunción de las espirales tenemos los siguientes datos: alrededor de los 5 ó 6 años se produce, según Freud, la superación del Edipo y la instauración del superyó, lo que implica un punto fundamental en la maduración del individuo. Por estas mismas fechas señala Jung el comienzo de la individuación y la psicología evolutiva en general las reclama como una fase en la que será una gran pujanza del yo. En torno a los 23 años y posteriores no hay literatura psicológica que yo conozca que lo destaque de una manera especial en el significado buscado en esta teoría. Es posible señalarla como una edad en la que la pujanza del joven por abrirse un camino en la vida le ha permitido llegar a un nivel de seguridad importante en sí mismo y en su carrera. Se podría buscar este tipo de respuesta en esos estudios estadísticos a los que están aficionados son los racionalistas (la parte determinista de esta teoría). Por fin alrededor de los 53 años e inmediatos posteriores se puede afirmar la sensación de plenitud a la que llega el individuo, después de haber pasado las primeras dificultades de la madurez, se entra en esta etapa con una gran calidez, maduración y serenidad. Al mismo tiempo también es una edad a la que se llega a la máxima cota de poder real y de capacidad de trabajo en los ámbitos profesional y empresarial (Sheehy, 1984).

            Supongo que es difícil de aceptar este tipo de interpretación, pues aparecerá como demasiado vaga para una mente entrenada en el racionalismo analítico imperante en el que se busca la diferencia entre el ‘caballo árabe’ y el ‘caballo andaluz’ y se olvida de la esencia misma del ‘caballo’..., susceptible de expresarse en múltiples manifestaciones. Pero no será tan difícil si se acepta un pensamiento sistémico en el que la homología (analogía) entre distintos niveles de la realidad aparece evidente cuando se busca la estructura general y no los accidentes particulares. Si se acepta la posibilidad de que esta visión sea cierta, tenemos descrito matemática y geométricamente (deterministicamente) un esquema de los ciclos de la vida y de la muerte en la realidad humana. Pero, al mismo tiempo, esta estructura nos proyecta hacia una visión trascendente de la vida y de la muerte enmarcada en proceso de ámbito universal. Una visión que supera las limitaciones de considerarnos aislados en nuestras preocupaciones egoicas ante la muerte. Los conceptos de vida y muerte son expresiones de la conciencia humana. En el universo no hay ‘vida’ ni ‘muerte’, hay un proceso continuo de transformación de la energía-materia-conciencia-... en formas que se suceden unas a otras y se reciclan unas en las otras. Para la conciencia trascendente ésta es una dualidad operativa con la que hay que manejarse en la realidad ordinaria; pero esa dualidad no existe como separatividad, no existe como ‘conciencias’ con finalidades opuestas que se combaten de manera irreconciliable, tal como parece desprenderse de los conceptos de eros y thanatos de Freud.


11.- Últimas especulaciones

            Desde la perspectiva de estas investigaciones abogo por la consideración de la naturaleza humana y de la conciencia desde una óptica de observador externo que implique un descentramiento del objeto de estudio, considerando a éste, por lo tanto, inmerso en un Universo del que forma parte y en el que coexiste con el resto de la realidad. No se trata, pues, de estudiar el proceso de desarrollo y transformación del ser humano en sí mismo, sino en relación a todo el entorno, del que forma parte. Gracias a posteriores estudios puedo añadir ahora (2013) que la terapia gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) a través de su concepto ‘campo organismo-entorno’ está en esa vía, aunque restrinja este concepto al marco de la terapia. Precisamente mi interés profesional en este terreno es destacar de ese concepto su carácter universal.

            En este camino y aunque esté pendiente de un estudio específico, se podría considerar a la naturaleza de la conciencia y el ser humanos (haciendo un uso comparativo de la fórmula de Einstein que iguala materia y energía, a través de una homología estructural para la que nos da permiso la teoría sistémica) como compuesta por información y forma, la información como energía y la forma como materia, pero ambas de una naturaleza más sutil. Esta idea no sería extraña para los postulados del campo morfogenético de Sheldrake (1985), el campo j  de Laszlo (1993) y la pauta de Keeney (1983). Se podrían postular los distintos niveles o grados de conciencia desde la óptica de la capacidad del organismo para establecer relaciones cada vez más amplias con el entorno. Quizá el hecho de que tengamos una estructura matemático-geométrica nos acerque a una medición detallada y cuantitativa de la energía de la información necesaria para mantener cada uno de los niveles de abstracción de la forma que supone esta teoría (a través, por ejemplo, de los distintos grados de abstracción que el ser humano va adquiriendo en las fases que culminan cada periodo de desarrollo de la conciencia). Es posible que el estudio y desarrollo en detalle de la forma (mo­dos de relación con el entorno de cada nivel de abstracción) pudiera darnos, con el tiempo, una estimación de la energía de la información involucrada en ella y una manera al menos indirecta de medirla.

            Me permito estas especulaciones (pues no hay motivo para hacer afirmaciones claras ni rotundas al respecto) en base a un intento de ver la naturaleza humana como susceptible de un tratamiento científico; pero no desde la óptica de una consideración miope y harto limitada de nuestro objeto de estudio, sino desde una visión que incluya al ser humano global, adecuada a su naturaleza.

            Si esta teoría es correcta implica una visión utópica de la realidad, pues la armonía que se desprende del mandala de la fig. 1 significa un imposible para el razonamiento del cerebro izquierdo. Sin embargo, es la armonía que se experimenta, se tiene y se busca tras la experiencia mística. Hemos de concluir con ello que esta teoría puede estar representando, verdaderamente, la realidad tal cual es (al menos la mejor aproximación que tenemos hasta ahora). Entonces nos hemos de hacer esta pregunta: ¿es que nuestra conciencia está tan limitada que somos incapaces de ver algo que debería ser evidente? Si la experiencia mística nos sugiere que una visión tal de la realidad podría ser posible ¿por qué no nos esforzaremos en hallar coherencia a esta estructura? En los últimos diez años la respuesta que he encontrado ha sido la contraria, un rechazo sistemático o una indiferencia ‘mili­tante’. No cabría esperar otra cosa el pensamiento racionalista imperante, pero ¿vamos a seguir empeñados en ver las cosas al estilo racionalista? Una utopía, pero con una estructura matemática y geométrica, implica una conciencia diferente de la realidad. Quizá esta utopía es posible si cambiamos nuestra forma de pensar. Esta visión de la realidad no sólo es matemática, es también poética. Para acceder a ella se necesitan no sólo el rigor del cerebro izquierdo, sino también la creatividad, la actitud vitalista, el sentido visionario del futuro de un artista, un pintor, un profeta...


12.- Conclusiones

            Lo importante del esquema dodecanario podría resumirse en los siguientes puntos:

1.- Revelaría que la naturaleza humana está sujeta, en su evolución, a unos ciclos armónicos y coherentes, y podría estudiarse desde la perspectiva de los sistemas autoorganizativos.
2.- Cada uno de estos ciclos sería como una capa que se agregaría al núcleo original. La corres-pondencia entre fases semejantes de ciclos o etapas distintas, sería mutuamente reveladora.
3.- La propia estructura cíclica con que se presenta el devenir humano, es coherente con el resto del los fenómenos de la naturaleza (tanto animados como inanimados).
4.- Este enfoque de la cuestión está de acuerdo con los postulados de la sinergética (la organización de estructuras complejas como opuesta a la entropía (Haken, 1983), de la teoría de sistemas (la homología estructural entre todos los niveles de la realidad Berta­lanffy, 1968), con los del paradigma holográfico (en la parte está el todo, (Weber, 1982) y con la epistemología cibernética (todo tipo de oposiciones –físicas, psíquicas, ideológicas, sociales...– configuran un proceso recursivo que da lugar a nuevo nivel de comprensión y de conciencia (Keeney, 1979). Podría estar revelando la existencia de un mecanismo complejo y profundo en la naturaleza.
5.- Existe la posibilidad de que el esquema pudiera ser adoptado y ampliado por otros enfoques del fenómeno humano (biológico, médico...).
6.- Acaso un esquema como el presente pudiera ser aplicado, con las modificaciones pertinentes, a los procesos evolutivos de algunas especies animales, con lo que dispondríamos de un sistema comparativo lleno de posibilidades.
7.- Al estar avalado tal esquema por una formulación matemática, pudiera abrir el camino para posteriores desarrollos y estudios de naturaleza precisa, y, acaso, a un mayor acercamiento a las ciencias clásicas más objetivas.
8.- Esta teoría podría configurar un camino diferente en el acceso hacia la iluminación, muy apropiada, quizá, para racionalistas empedernidos; pero ello estaría directamente relacionado con las dificultades que esta teoría está teniendo para, siquiera, ser escuchada. Aquí el racionalista tiene sus hechos ‘medidos y controlados’, sólo tiene que superar el primer rechazo a que una teoría tal pueda existir, pues como me dijo un profesor de la facultad de psicología, mi teoría es un “delirio”. Y justo en ese punto de aversión instintiva está la dificultad máxima.


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[1] Prepersonal, personal y transpersonal tienen aquí y a lo largo del artículo los mismos significados que les atribuye Wilber (1977, 1980). Básicamente prepersonal es la fase en la que hay confluencia entre el individuo y su entorno; personal es la fase en la que el ser se individualiza y se separa del entono y desarrolla su autoconciencia, y en la fase transpersonal se vuelve a recuperar la conciencia de la unidad, pero ahora no está en confluencia ignorante (y psicótica, en el adulto) con el entorno, pues se conoce a sí mismo.
[2] Una ‘recuperación’ no exactamente tal, como ya sabemos fundamentalmente por las teorías de Wilber (1991, falacia pre-trans).
[3] En la medida en que, como dice E. Trías: “...la religión es explicada desde fuera de ella misma” Pensar la religión, pág. 77. (1997). Ed. Destino.
[4] El periodo menopáusico y el climaterio masculino, si bien se localizan en un periodo que va desde los 40 a los 55 años, su media se sitúa entre los 45-51 años, fase señalada en este estudio como menopáusica. También la pubertad se puede dar desde los 9 años en países tropicales africanos hasta los 18 años en países nórdicos. La fase señalada en este estudio como puberal es el término medio de los datos que se observan.
[6] Si bien el cumplimiento de esta predicción confirmaría la espiral, su falta no la falsaría.
[7] En parte el concepto de self organismo-entorno en la terapia gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951; Madrona, 2009) nos estaría indicando que la percepción del self en esta fase transpersonal estaría unido a una percepción inefable no autocentrada, como son muchas de ellas, sino puesta en común junto a otro persona; es decir, una experiencia ‘descentrada’. Sería algo análogo al amor humano en el que la pareja ‘se pierden’ un@ en el/la otr@; pero aplicado a un nivel sutil, espiritual, y sin que ello lleve, por lo tanto, a una confluencia anuladora de sus personalidades como ocurre con frecuencia en el amor normal. [Nota añadida en 2013].
[8] La supuesta aparición del yo en la infancia como algo nuevo que surge desde el inconsciente, tiene una interpretación diferente en esta teoría. El consciente (en gran parte el yo en la medida en que existe una identificación del yo con la conciencia) y el inconsciente (no-yo, gran madre, fundamento dinámico...) aparecen al mismo tiempo en una dialéctica procedente de la unidad primordial y como manifestación de fuerzas opuestas (básicas en la naturaleza) en un nuevo nivel de la realidad (la consciencia). Esta interpretación del yo surge desde una perspectiva que trasciende el marco autocentrado de la práctica y la teoría psicológicas. Desde una perspectiva universal que busca la coherencia con el resto de las discipinas, que ven el mundo dividido en dos fuerzas opuestas (Madrona, 1998)..
[9]  Sigmund Freud. El yo y el ello, Obras completas, pág. 2.726. Ed. Biblioteca nueva.
[10] Hoy (2013) añadiría también en el concepto de campo organismo-entorno de la gestalt (Perls et al., 1951.)