LA ESPIRAL EVOLUTIVA
La evolución de la consciencia como equilibrio, simetría, proporción y ritmo. Una teoría matemático-geométrica de su desarrollo
Sinesio
Madrona Rodenas
Prólogo para este blog
1.-
Consideraciones preliminares
Los fundamentos de esta teoría, aunque es una teoría
psicológica, no nacen en el seno del discurso tradicional de la psicología.
Este discurso, aunque pertenezca a escuelas distintas e, incluso, enfrentadas, como pueden ser el psicoanálisis y el
conductismo, por poner los dos ejemplos más clásicos, adolece de estar inmerso en un discurso racionalista
autocentrado en la propia materia de estudio (como, por otra parte, ocurre en
cualquier otra disciplina). Racionalista aún cuando los temas que se
investiguen (por ejemplo, Jung y la gestalt) no tengan, aparentemente,
nada que ver con el discurso racionalista. Racionalista en su connotación
limitativa, porque al centrarse exclusivamente el estudio en el fenómeno humano se pierden de vista las posibles conexiones
y paralelismos que pudieran existir entre este fenómeno y el resto de la
realidad del Universo tal como lo conciben otras ciencias, como pueden ser la
física, la química, la geología..., por mencionar las más aparentemente
alejadas del hecho humano. Racionalista porque en el fondo todavía nos creemos
exclusivos y separados del entorno que nos sustenta, siendo este entorno el
Universo, la realidad, del que formamos parte y con el que somos Uno.
Desde
la perspectiva de esta teoría no es, pues, extraño concebir una estructura
matemático-geométrica en el desarrollo de la conciencia. Obviamente, si queremos
hacer de la psicología una ciencia y no muchas ‘ciencias’ ajenas las unas a las
otras en sus saberes y fundamentos, habríamos de ver en un planteamiento
matemático y geométrico (que trata de incluir en su estructura el desarrollo
del ser humano, tanto en su conducta como en su conciencia) una promesa de que,
quizá, sea posible salir de los enfrentamientos doctrinarios y concebir el
fenómeno humano como una unidad en la que necesariamente tenemos que incluir
todas sus características para hacer de su estudio un planteamiento integral.
Porque ¿qué sentido tiene hacer ‘ciencia’ de una parte del ser humano si no
incluye su aspecto principal; es decir, su naturaleza consciente? La ciencia de
la conducta del ser humano no es, fundamentalmente, diferente de la de
cualquier otro animal. En este caso no tenemos una ciencia del hombre, sino una
ciencia de la conducta de una especie animal en particular.
Por otra parte la estructura que aquí se propone y el
concepto de ser humano que se desarrolla desde esta perspectiva, tiene
paralelismos, semejanzas u homologías con las estructuras básicas que estudian
otras ciencias, tan duras, incluso, como puedan ser la física o la geología. Y
es que el planteamiento de esta concepción del ser humano no lo hace diferente al
entorno en el que vive y del que procede. Es más, desde esta perspectiva se
considera una garantía de objetividad y cientificidad el hecho de que exista
ese paralelismo. ¿Por qué el fenómeno humano –incluso la estructura de su
conciencia– habría de ser diferente de la estructura del Universo en el que
existe? ¿Acaso pensar de otra manera no será todavía producto de la influencia
judeocristiana que concibe al ser humano como algo completamente ajeno al mundo
en el que vive? Mundo que debe someter a su dominio y no integrarse con él...,
cuando los seres humanos somos una parte consustancial del universo en el que
vivimos.
No podemos hacer ciencia del hombre todavía porque
estamos apegados ideo-emocionalmente a una u otra de las distintas etapas
evolutivas que en esta teoría se contemplan. Las emociones, incluso las que se
suscitan en la experiencia mística, son susceptibles de ser tratadas con
objetividad –como un factor energético– en tanto en cuanto seamos capaces de ir
más allá de las distintas fijaciones ideo-emocionales que se producen en el
desarrollo humano. La dialéctica entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro humano debería llevarnos a concebir un
proceso dual en el que, alternativamente,
una experiencia o una emoción (cerebro derecho) o una explicación
(cerebro izquierdo) producen un efecto sobre una anterior condensación
ideo-emocional (fijación en términos psicoanalíticos) cuya función es hacer
saltar la consciencia de la realidad de un nivel a otro cada vez más abarcador
(un proceso recursivo, como dice Keeney, 1983). Dejan de existir, de esta
forma, ‘ideas’ y ‘experiencias’ acerca de cómo es la realidad y pasamos del
plano de los supuestos “hechos”, al plano de las relaciones (de la información)
y de los procesos recursivos, que se dan entre factores opuestos (Keeney,
1994), como medio para acceder a un continuum
evolutivo que nos libera de toda ‘creencia’ acerca de cómo es la realidad. Y
ello no tiene por qué significar que distintos niveles de esa misma realidad y
distintas formas de operar en la misma, vistos desde distintos estadios de la
consciencia, tengan que ser necesariamente incompatibles.
Con esta teoría se muestra que el desarrollo y la
estructura de la conciencia puede ser interpretado en base a funciones y
postulados en nada diferentes a los planteamientos de las ciencias clásicas. Es
decir, el hecho de que la conciencia nos haga diferentes a otros seres vivos no
quiere decir que esta nueva estructura de la evolución de las especies que
somos los humanos no esté sometida a las mismas leyes estructurales
(sistémicas) que el resto de la materia-energía de la naturaleza. Si a alguien
le quedaba alguna duda, esta concepción de la conciencia nos sitúa a la par de
cualquier otra estructura de la realidad. Naturalmente esto no significa que la
conciencia sea reductible a sus ‘componentes’ como bien decía Jung acerca de la
catedral de Colonia: no puede ser reducida a un estudio mineralógico de los
materiales empleados en su construcción (Jung, 1950).
2.-
Una forma de pensamiento diferente
Centrándonos ahora más en concreto
en esta teoría podemos afirmar, de esta forma, que en el actual discurso
racional con el que tratamos de explicar la experiencia mística y la conciencia
transpersonal[1]
no se ha ‘recuperado’ la unidad primordial de pensamiento que existía en la
etapa prepersonal[2]
de la historia de la colectividad humana entre el hombre y su entorno, pues no
distinguía entre uno y otro. Entonces, al igual que las experiencias no
ordinarias de la conciencia descubren de una manera radical la ruptura de la
unidad que tiene la visión personal-racional-cartesiana de la realidad, tenemos que encontrar en la razón una teoría,
una forma de pensamiento, una estructura pensante, una actitud nueva ante el proceso del pensar... que cuestione
radicalmente todo el curso del pensamiento racional dicotómico heredado
del cartesianismo y sea apto para la visión unitaria de la realidad (Madrona,
2008, Lo racional y lo experiencial), pues aquél es un fiel reflejo de
la etapa personal en el desarrollo de la conciencia.
Sólo podemos encontrar algo parecido
a lo que buscamos en la forma de pensamiento prepersonal. Cuando el ser
y el universo eran una y la misma cosa y cuando lo que se decía del uno se
decía también del otro. Sólo una forma de pensamiento, una teoría que sea capaz
de reflejar esto y que pueda ser filtrada a través del pensamiento racional de
la etapa personal (de lo contrario estaríamos cayendo en la falacia
pre-trans; es decir, en la confusión entre las etapas prepersonal y transpersonal,
Wilber, 1983) puede ser un reflejo capaz de recoger en el cerebro izquierdo las
llamadas experiencias no ordinarias de la conciencia.
No es cierto, como se han cansado de
decir una gran mayoría de místicos y como no se cansan de decir actualmente muchas personas cuando hablan de
sus experiencias inefables, que el fenómeno místico sea incomunicable y
no pueda tener el correspondiente reflejo en la capacidad del cerebro izquierdo
para comprenderla e integrarla en una teoría del ser humano y del universo. No
es cierto en la misma medida en la que la
experiencia sexual es también incomunicable. El sentimiento íntimo genuino que
cada uno de nosotros tenemos en la experiencia sexual es incomunicable y sin
embargo no cesamos de hablar de ello. Es cierto en la medida en la que el
sentimiento de esta experiencia no se puede trasmitir a un niño. Porque el
individuo que no ha tenido una determinada experiencia emocional no puede
entender una verbalización sobre la misma, independientemente de que
ésta sea sexual, mística o de otra naturaleza. Entonces tengamos las cosas
claras: la experiencia mística no se puede trasmitir, como tampoco se puede
hacer con la experiencia sexual, pero eso no quiere decir que no podamos
entendernos cuando hablamos de sexo. Igualmente podemos entendernos cuando
hablamos de la experiencia mística siempre que no queramos –como se puede
apreciar a veces en comunicantes de este tipo– que el oyente tenga con nosotros
un ‘orgasmo místico’, al tiempo que le comunicamos nuestra experiencia, para
que creamos que nos ha entendido, como no buscamos que la otra persona tenga un
orgasmo cuando hablamos de sexo para suponer que nos entiende.
La carencia de una estructura
racional capaz de reflejar sin demérito la realidad y el universo que se percibe
tras la experiencia mística está en la base de esta postura, pero eso es porque
en el terreno racional estamos inmersos todavía en la etapa personal,
dicotómica y parcial (como debe ser, pues esa es la definición de la conciencia
personal) y somos dependientes, por lo tanto, de unas limitaciones en nuestra
estructura pensante que nos hacen incapaces de reflejar racionalmente la
experiencia no ordinaria de la conciencia[3].
Una teoría que se propusiese superar
estas limitaciones tendría que volver a considerar la realidad como un todo
unitario en el que lo que se dijese de un aspecto de la realidad se pudiese
decir también de otro por muy alejado o diferente que fuera del primero para la
conciencia ordinaria. Tendría que integrar en su seno aspectos tan opuestos
para el conocimiento como el determinismo científico y la libertad. Es decir,
tendría que ser tan determinista como exige la ciencia conocida y tendría, al
mismo tiempo, que dar todas las posibilidades inherentes a la experiencia libre
de la realidad. Tendría que superar la distinción racionalista de la conciencia
ordinaria entre determinismo y libertad, distinción que no es real, no existe, en el pensamiento unitario (Madrona,
2008). Una teoría así podría hablar del desarrollo humano y de su
conciencia sin menoscabo de encuadrarlos en un marco matemático y geométrico, y
sin que este marco fuera una limitación a la
hora de trascender las propias restricciones de una visión exclusivamente
racional. Este marco teórico tiene que dar la posibilidad de que –inmersos en
su contemplación– podamos tener una experiencia mística. Es decir, tiene que
ser un marco en el que se fundan en cerebro derecho y el izquierdo, un marco en
el que lo numinoso y lo racional vayan cogidos de la mano. Es un camino que están andando ya diversas teorías
enmarcadas con el término de ‘ciencias de la complejidad’. La teoría sistémica,
en particular es –entre otras cosas– una recuperación de la capacidad analógica
del cerebro para percibir la realidad con la que el ser humano antiguo interpretaba
su entorno. Y esta capacidad está en la base del pensamiento unitario, ya sea prepersonal
o transpersonal. Creo que la teoría que les propongo responde a todas
esta consideraciones.
Por otra parte la idea de que no
existe un pensamiento prepersonal digno de ser tenido en cuenta me
parece fuera de toda discusión. Sólo cabe citar que los desarrollos míticos de
la concepción del Universo en los que está inspirada esta teoría no impidieron
concebir matemática y geométricamente la estructura del universo y desarrollar,
hace ya unos 4.000 años, la división de la circunferencia en 360º.
La teoría que les propongo está
fundamentada en un conocimiento milenario de la estructura del Universo.
Estructura que se proyectaba, como es natural en una forma de pensamiento prepersonal,
en una mitología astral; lo que no es
óbice para que algunos de sus hallazgos –en particular su estructura y la idea
de unidad entre el hombre y su medio– no puedan ser recuperados desde la
perspectiva de un pensamiento transpersonal, que vuelve a recuperar la
unidad; pero tras la separación e inclusión del pensamiento científico, racional, objetivo y dicotómico que tiene lugar
en la etapa personal. Creo que es fundamental recuperar esa
visión de la realidad que se tenía cuando el pensamiento griego aún no había
escindido la realidad, y el pensar sobre el Hombre era pensar sobre el medio
que le rodeaba y pensar sobre el Universo. Cuando lo que se decía sobre uno era
igualmente aplicable al otro. Cuando el ser humano pertenecía a la época y al
momento en el que había nacido, pues eran uno y lo mismo (importancia de las
condiciones del inicio según la moderna teoría del caos y una posible
aplicación de la teoría del ‘campo j’
de Laszlo, 1993). Éste es un tipo de pensamiento prepersonal basado en
la experiencia de unidad primordial que existe antes de la separatividad que es
característica de la conciencia personal. La experiencia transpersonal ‘recicla’ la unidad primaria a
través y más allá de la conciencia egoica-personal (racional,
científica) para convertirla en unidad trascendente. Esta teoría que les
presento pretende ‘reciclar’ el pensamiento primario, que pertenece a un
estadio cultural paralelo o semejante a la conciencia prepersonal, en un
pensamiento transpersonal que recupera esa unidad; pero respeta, al
mismo tiempo, la separatividad y la objetividad que forman parte de la
conciencia personal en su desarrollo evolutivo, pues es ya parte
inherente de la naturaleza de la conciencia humana.
3.- Una teoría racional
capaz de reflejar la visión del mundo que se descubre
tras la experiencia mística
El uso del término reflejar no es un
recurso simplemente literario. Y si añado que la teoría que les propongo es un
fiel reflejo de la realidad de la experiencia mística tampoco estoy haciendo
una alusión gratuita. Un reflejo de una imagen es una copia exacta de la misma.
La teoría que les propongo, además de ser rigurosamente matemática y
geométrica, ‘refleja’, desde la misma esencia formal que construye y
constituye, la experiencia mística al ir más allá del esquema
newtoniano-cartesiano y convertirse en símbolo; símbolo o mandala susceptible
de crear, a través de la meditación y contemplación, un estado que trascienda
el limitante marco racional y nos dé esa vitalidad del primer principio
religioso del que habla E. Trías (1994). Pero el
reflejo del espejo, aunque copia exacta, es una copia invertida. Asimismo el
reflejo racional de la experiencia mística es esta misma experiencia, pero
‘invertida’. Es decir, en la medida en la que la experiencia mística es
asimilable (en un pensamiento dual) al hemisferio derecho del cerebro, el ‘reflejo’ que de la misma tenga el
hemisferio izquierdo tiene que ser ‘igual, pero invertido’; es decir, ‘igual’,
pero racional.
Fig.
1. Grafo de las relaciones internas en
la estructura dodecanaria.
Esta
teoría responde a un determinismo riguroso (aspecto de la realidad incorporado
en la fase personal); pero su expresión gráfica y simbólica en un
mandala nos lleva hacia una actitud contemplativa que está más allá de
cualquier rigor racionalista, por mucho que lo incluya en su seno. La capacidad
vivencial, numinosa e intensa de la experiencia transpersonal tiene,
necesariamente, que tener su contraparte en el cerebro izquierdo. No se puede
pensar que esa experiencia no pueda ser expresada en los términos y las
estructuras racionales de este hemisferio, pues eso sería introducir un
desequilibrio en la naturaleza, impropio de la unidad que existe y se persigue
tras la experiencia y vivencia numinosa del espíritu. Otra cosa es que,
inmersos –aún a nuestro pesar– en una mentalidad racionalista, hayamos sido
capaces de encontrar el camino adecuado para ello.
Probablemente
muchos de Vds. piensen que una teoría de esta naturaleza es imposible; pero al
mismo tiempo no dejarán de estar conmigo si afirmo que sólo una teoría de estas
características es capaz de sostener la afirmación de que es un fiel reflejo,
desde el lado racional, del mundo que se percibe en la experiencia de la
conciencia no ordinaria.
Ésta es una estructura dodecanaria.
El doce es un número muy particular, tiene múltiples divisores que formalizan
subgrupos diferentes de elementos que se pueden recombinar entre ellos en
distintas formaciones. Es además el número
de subpartículas atómicas, el m.c.m. de las estructuras cristalográficas y ha
sido empleado en numerosas ocasiones en las distribuciones grupales en las
estructuras sociales antiguas (cuando todavía no se había roto la unidad
sujeto-objeto), por lo que es un indicio favorable en el camino que seguimos.
Por otra parte es posible que la estructura dodecanaria produzca en el cerebro
humano una sensación de armonía que no
sea indiferente a la elección del mismo. ¿Es el inconsciente el que nos dicta
esa elección o es el reconocimiento intuitivo de que estamos en la base de la
estructura del Universo? Es posible que la naturaleza pudiera haber
elegido la estructura dodecanaria para configurar el Universo simplemente por
un factor económico. Es decir, parece ser la forma geométrica que mejor equilibra
las tensiones y, por lo tanto, la que menor gasto energético produciría.
4.- La fórmula matemática
Debo hacer algunas aclaraciones para los lectores que se
asustan ante las matemáticas. En este terreno matemático lo más importante no
es la fórmula en sí, sino la configuración geométrica que sustenta. La fórmula
matemática es la de una curva espiral y da cuenta de que los tiempos de
desarrollo se van dilatando con la edad y del hecho de que al ser una espiral
vuelve sobre las mismas fases. En este sentido no es otra cosa que un ropaje
exacto con el que se pretende revestir las posturas de Jung, Wilber y Washburn.
La descripción de los procesos que tienen lugar en el desarrollo humano se
apoya más en el gráfico que resulta de la
configuración geométrica, algo mucho menos árido que una función matemática.
La existencia de la espiral implica que las fases de la madurez repiten ciertos
esquemas de la infancia. Pero el alejamiento gráfico tiene una interpretación
simbólica y es que, por ejemplo, el foco de las fases prepersonal y transpersonal
es el mismo, pero en un nivel diferente de realidad, lo que explicaría por una
parte la confusión entre ambas fases y por otra el hecho de que haya entre
ellas tantas similitudes (la pregunta surge
siempre: ¿psicosis o mística?). En las fases de la segunda vuelta se
estaría reconstruyendo lo que tuvo que ser separado en la primera por
necesidades evolutivas de crecimiento. No hay que fijarse tanto en el aspecto matemático como en el aspecto
gráfico, pues, a mi entender, esta representación resuelve algunas
incógnitas de la naturaleza del desarrollo humano.
La formulación
matemática del proceso surgió a
posteriori. Cuando estaba terminando la descripción del primer ciclo
de la espiral, los tiempos que me estaban surgiendo de la comprobación armónica
y estructural de los procesos de crecimiento y desarrollo que describe la
psicología evolutiva sugerían un proceso espiral. Le di los datos a Arturo
González-Mata y él encontró la siguiente fórmula matemática que describe con
perfección el proceso:
Edad = 1/60 (J2/90 + J)
donde J es el ángulo recorrido para una determinada edad.
El hecho de que la curva resultante sea una espiral es
también, en sí, simbólicamente significativo. La espiral y el helicoide surgen
tras la aplicación de un vector (fuerza lineal) al trazado de una curva. El
vector es un símbolo masculino y la curva es un símbolo femenino. La espiral,
como curva resultante de la interacción entre un elemento masculino y otro
femenino es una figura masculino-femenina y como tal un símbolo de integración
de fuerzas, estructuras, principios... opuestas. El hecho de que en la
naturaleza y en el cosmos la espiral –y el helicoide– sean formas frecuentes es
un indicio de que existe una búsqueda de equilibrio que tiende a estabilizar
las tensiones y representa un símbolo de madurez y logro en los distintos
niveles de la realidad. Por otra parte esta espiral se desarrolla sobre un
fondo que consiste en una estructura geométrica circular dividida en doce
sectores.
El resultado de la conjunción de la
espiral matemática y la estructura geométrica se muestra extraordinario. En
esta estructura cada fase del crecimiento humano viene expresada gráficamente
por un arco de 30º y el tiempo que le corresponde lo cuantifica el desarrollo
de la curva espiral. Así se empieza por una primera fase de 8 meses siendo la
duración de las subsiguientes el resultado de un incremento constante de 4
meses. Por consiguiente las frases que siguen son de 12, 16, 20, etc., meses.
Esta secuencia inmersa en la estructura geométrica mencionada, se muestra
extraordinariamente coherente con los procesos evolutivos, hasta el punto de
que todos los procesos que tienen lugar en el desarrollo humano (incluidos los
biológicos de la gestación, desarrollo puberal y menopausia, cuya objetividad
es indiscutible) responden a la simetría central del círculo.
Fig. 2. Curva espiral de la resultante positiva de la fórmula que describe el desarrollo humano en la teoría dodecanaria (datos de edad en números enteros).
La fig. 3 es una representación de
las fases en la estructura dodecanaria. El número encerrado en un círculo es el
ordinal de la fase, los números emplazados en los radios son datos de edad. En
el gráfico estos datos se han dado en números enteros para mayor facilidad
visual y mnemotécnica. Cada fase está comprendida entre los datos de edad que
la circundan.
Posteriormente
(fig. 4) se expone una lista con los datos de edad exactos entre los que
discurre cada fase. Las fases han sido denominadas de acuerdo al aspecto
principal que tiene lugar en el desarrollo en ese momento de la vida. En la
columna de la izquierda están los datos del primer ciclo vital tal como se
considera en este estudio. En la columna de la derecha están los del segundo
ciclo. La superposición de las fases del segundo ciclo sobre las del primero
implica semejanzas estructurales y comportamentales. La consideración
geométrica (que no matemática) de una fase 0
prenatal a la que se superpone la fase 12 es coherente con las
observaciones efectuadas en este estudio que más adelante se exponen.
Fig.
3. Esquema de fases y edades que abarcan
(datos de edad en números enteros)
Fig. 4. Cuadro de fases y
edades que abarcan (el
decimal significa n.º de meses)
Es
notorio citar que varios psicólogos señalan analogías entre distintas fases que
quedan justificadas en esta espiral. Por ejemplo Gesell (1940) señala una
similitud sorprendente entre el mundo ideacional del niño de 2'5 años y el
adolescente. Similitud que aquí queda reflejada en la oposición de las fases 3 (Verbal, social, dual, mental) y 9 (Ideacional).
Rappoport (1972b) por su parte señala una notoria semejanza
entre la vejez y la adolescencia. Estas dos etapas quedan superpuestas en esta
espiral al corresponder con una primera y segunda vuelta por el mismo lugar. Es
también necesario señalar la importancia de lo social en la adolescencia
(descubrimiento del otro) y en la vejez (necesidad de estímulos sociales) cosa que también queda reflejada en esta disposición
espiral del desarrollo. Hay muchas sorprendentes armonías en esta teoría
del crecimiento humano a las que me iré refiriendo a lo largo de este texto.
5.- La descripción de los subciclos
El sorprendente resultado estructural con todas las
consecuencias implicadas obligaba a buscar una explicación de la regularidad de
tal proceso dentro del ámbito de la propia psicología. Ésta se encontró al
adaptar las cuatro fases de la libido de la teoría freudiana a una secuencia
evolutiva que se repite periódicamente.
Esta disposición del proceso evolutivo permite establecer
una serie de correspondencias, dialécticas y
subestructuras cíclicas que son las que le dan la razón de ser y muestran el
fenómeno humano como algo de una
naturaleza, posiblemente, más regular y armónica de lo que podíamos pensar.
Estas subestructuras se pueden definir y representar por figuras regulares
inscritas en el círculo, es decir semicírculos, triángulos, cuadrados,
hexágonos, diámetros, etc. Después de haber estudiado y establecido esta
estructura surgió la necesidad de encontrar una explicación a esta
regularidad.
Cabe añadir, dado que
las pretensiones de este estudio van más allá del marco estricto de la
psicología y la evolución del desarrollo humano, la sospecha o la pregunta de si estas representaciones
cuaternarias de la realidad no tendrán una base profunda en la estructura del
cosmos. Es decir, las cuatro fuerzas básicas del universo (gravitacional,
electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte), los cuatro elementos químicos que son fundamentales en la
creación del universo (helio, berilio, carbono y oxígeno), etc., así
como otras muchas estructuras geométricas y polares en geología y otros ámbitos
de la realidad. Esta teoría estaría, por otra parte, en línea
con las pretensiones de Laszlo (1997) cuyo libro tiene el siguiente subtítulo: Hacia una ciencia unificada de la materia,
la vida y la mente, y con las de Peat (1987): Sincronicidad: puente entre
mente y materia.
Fig. 5:
subciclos de la libido en la espiral evolutiva.
Propongo, entonces, la existencia de unos
subciclos de la libido que se van repitiendo periódicamente a lo largo de la vida del individuo (ver fig. 5).
Estos ciclos estarían formados por cuatro fases que responden a los
estadios de la libido señalados por Freud como: libido primordial, catexis del
yo, ligazón al objeto y ligazón a la
representación del objeto (Laplanche y Pontalis, 1968). En este estudio estos
cuatro estadios están sacados de su contexto psicoanalítico y
trasladados al contexto evolutivo. Asimismo existe una variación en la
interpretación de la primera fase, la de la libido primordial, pues no se
considera tanto vinculada o fijada en las llamadas zonas erógenas como un
concepto más general y global relacionado con el inconsciente y con los
procesos biológicos que tienen lugar en el crecimiento del ser humano. Estaría
más en la línea de la psicología de Jung.
En
el contexto de la Espiral Evolutiva se pretende señalar con estas fases ciclos
completos de desarrollo que se irían repitiendo a lo largo de la vida del ser
humano. Sería la recurrencia de estos ciclos la que da la razón profunda a la
armonía que se observa en el crecimiento del ser humano desde la perspectiva de
la Espiral Evolutiva.
En los estudios mitológicos de Jung también se
encuentran, aunque con mayor dificultad, estas cuatro fases: la caverna del
dragón, el descenso al Hades, el vientre de la ballena, etc., para la primera fase; las acciones y luchas del héroe, el encender
fuego, el enfrentamiento al peligro, etc., para la segunda; los objetos –mágicos o no– que el héroe utiliza en
su empresa o los que le ofrece alguna deidad protectora para la tercera,
y la salida fuera de la gruta, del vientre, de las profundidades e, incluso, la
aparición de seres celestes que elevan al héroe para la cuarta (Jung, 1950).
Basándonos en la idea de Jung de la regresión evolutiva y adaptándola al contexto de la psicología
evolutiva, cabría señalar que cada vez que entramos, en el curso del
desarrollo, en una fase que aquí relacionamos con la libido primordial de Freud o la
caverna del dragón en Jung, reiniciamos el ciclo evolutivo con una vuelta al principio. Esta vuelta está suficientemente clara si
pensamos que en dos ocasiones tiene que ver con procesos biológicos (pubertad y
menopausia), el otro proceso biológico que existe en estos subciclos de la
libido es el propio inicio de la vida con la gestación. En las dos fases no señaladas por procesos biológicos hay fuertes
regresiones e intensos conflictos con el inconsciente. Son la fase edípica y la
que he señalado como génesis espiritual
(26-30 años) en la que se producen fenómenos “subjetivos” sobre los que
han llamado la atención distintos psicólogos como Frenkel-Brunswick (1968) y
Gould (1972), y que Wilber (1983) señala como el comienzo de las primeras fases
del desarrollo espiritual. Dada la constancia biológica de las otras tres fases
cabría apuntar la posibilidad de que en estas
dos no señaladas notoriamente por procesos biológicos se pudiera dar algún
cambio mínimo de tipo hormonal u otros, que habría que buscar
específicamente para hallarlo, si es que acaso existiese.
A partir de esta vuelta
al principio las fases siguientes irían repitiendo los procesos tan
claramente distinguidos por Freud hasta llegar a la fase cuarta del subciclo
(ligazón de la libido a la representación del objeto) en la que se vendría a
tomar consciencia –en mayor o menor medida– de todo el subciclo anterior. Es decir, cada uno de estos subciclos
representaría un nivel del desarrollo de la conciencia (bebé, niño,
adulto...) con una orientación en el mundo radicalmente diferenciada. Cada regresión evolutiva significaría, pues,
una conexión con los orígenes de la vida para desarrollar un conocimiento más amplio y profundo de la naturaleza de la
realidad, un nivel de conciencia diferenciado
de esa realidad. Así cada una de estas
cuatro fases de la libido configuran en el terreno evolutivo del crecimiento
humano una etapa en el desarrollo de
la conciencia. Es decir, a lo largo del
crecimiento existen varias fases de
libido primordial, de catectización del yo, de ligazón de la libido al
objeto y de ligazón de la libido a la representación del objeto. Dicho de otra
manera, el ser humano se repite a sí mismo y cada vez que lo hace adquiere un
nuevo grado de conciencia, una nueva capa de humanidad sobre su disposición
potencial. En esta teoría será un ciclo menor dentro de un ciclo mayor.
6.- Relaciones triangulares
6.1.-
Primera fase del subciclo de la libido. La primera fase freudiana
de la libido traducida al sistema de la espiral evolutiva da lugar a etapas
periódicas en las que el individuo tiene un contacto profundo con el
inconsciente, con lo biológico, con los conflictos derivados de las emociones
que se producen en esas circunstancias (el
descenso del nivel de conciencia ‘racional’), con los lazos profundos que implican
esas situaciones, etc. Estas etapas son las siguientes: el desarrollo
intrauterino, el conflicto edípico, el desarrollo y conflicto puberal, la que
he llamado génesis espiritual (esta
fase cae sobre el sector en el que tiene lugar la gestación) y la crisis
menopáusica[4]. Se podría
considerar una última crisis, la del óbito siempre que se confirme que la fecha
señalada en la espiral tiene un efecto drástico sobre la vida (como ocurre curiosamente alrededor de los 35-40 años,
ver más adelante el apartado 10.- El ciclo vida-muerte),
independientemente de que el desarrollo humano vaya encontrando modos de
resolver cuestiones físicas o sociales que incrementan la esperanza de vida.
Fig. 6: disposición triangular de las fases derivadas del primer
estadio de la libido
La posición
geométrica de la fase de la génesis
espiritual sobre el mismo sector que tiene asignada la gestación en el
primer ciclo tendría un enorme significado. Estudiosos de psicología evolutiva
(Frenkel-Brunswik, 1968, y Gould, 1972) sitúan al final de la segunda década
del individuo, una gran abundancia de “experiencias subjetivas”. Numerosas
biografías (Jung, 1961; Falla y J. Ramón Jiménez, [Campoamor, 1976]) muestran un característico periodo de retiro o renuncia, o, incluso,
una experiencia mística por esas fechas (B. Russell citado por Rappoport,
1986a, y por Sheehy, 1984).
Wilber sitúa a la edad de 28 años (1983) el comienzo del desarrollo espiritual.
Como he dicho arriba, dada la constancia biológica de las otras tres fases es
posible que en estas dos no señaladas notoriamente por procesos biológicos se
pudiera dar alguna alteración mínima y sutil de tipo endógeno. Dada la
naturaleza de la experiencia mística y el hecho de que puede ser inducida a
través de determinadas drogas, cabría apuntar que la búsqueda debería dirigirse
hacia la posibilidad de que se manifestase un incremento o variación
significativa en la producción de endorfinas, u otras substancias
características, por el cerebro. La posibilidad de que se diera esto es una de
los postulados de la ciencia, su carácter predictivo[6].
En mis investigaciones he encontrado que pueden ser
numerosos los acontecimientos que produzcan en el ser humano una experiencia
que, eventualmente y no sin trabajo, podría conducir al desarrollo de la
conciencia transpersonal: un periodo de retiro o trabajo muy aislado, una
pérdida afectiva muy sentida o la pérdida del estímulo que la vida
proporcionaba años antes; interés por cuestiones espirituales, humanitarias,
esotéricas, yoga, vegetarianismo...; una enfermedad propia o de un familiar muy
cercano, etc. etc. En fin los sucesos pueden ser infinitos, pero el resultado
general es una nueva perspectiva de la vida; aunque la conciencia de esa nueva
perspectiva puede no ser obvia hasta muchos años después, en teoría hasta la
fase 15 (40-45 años, dual consciente), final del subciclo de la libido en el
que se encuentra esta fase de la génesis
espiritual y, por lo tanto se llega a la conciencia más plena y más
racional de ella.
En esta fase se produce lo que
podríamos llamar un “segundo nacimiento”. Existen numerosos mitos en torno a
este tema que han llevado a Frobenius (citado por Jung, 1950) a hacer un
esquema general de los mismos. Incluso en la religión cristiana aparece este
mito cuando Nicodemo pregunta a Jesús y éste le responde: “Quien no nace del
agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne,
carne es, y lo nacido del espíritu, espíritu es” (San Juan: 3, 1-8). El simbolismo de este segundo nacimiento debería
llevarnos, en el curso de los años posteriores, a trascender los conceptos de
vida y de muerte, y a verlos como parte de una estructura cíclica general a la
que podemos tener acceso con el pensamiento y el sentimiento, transportándonos
a un lugar en el que dejemos de estar agobiados tanto por la una como por la
otra.
Lo importante de este esquema es que estas fases quedan
ubicadas en el tiempo por la fórmula de la espiral y en el espacio por la
geometría dodecanaria derivada de aquella. Tal como se muestra en la fig. 6,
todas estas fases forman un triángulo equilátero. Es decir, su incidencia media
se presenta con una regularidad asombrosa una vez aceptado el proceso
ralentizador del tiempo que la espiral matemática revela en el desarrollo
humano. Es de destacar en esta triangulación que en ella se establece tal
relación entre tres hechos absolutamente objetivos, no sujetos a
interpretación, como son los procesos biológicos de la gestación, la pubertad y
la menopausia.
6.2.-
Segunda fase del subciclo de la libido. Las fases que les siguen
(catexis del yo, luchas del héroe) tienen que ver con procesos en los que se
señala un importante incremento de la autoafirmación, de la independencia, del
cuestionamiento de los roles recibidos, del aumento de iniciativas y decisiones,
etc.
Fig.
7: disposición triangular de las fases derivadas del segundo estadio de la
libido
En un primer momento la independencia viene señalada por la ruptura del cordón umbilical y la eclosión de una criatura que a partir de ese momento será autónoma en sus funciones fisiológicas. Más tarde, después del conflicto edípico y de la socialización del niño a través de la familia, viene el periodo de autoafirmación y de lucha por conquistar el yo que Freud define como asunción del superyó y Jung como comienzo del proceso de individuación. Monedero (1982) señala también en ese periodo un incremento de la competitividad yoica.
Posteriormente
en el periodo adolescente el joven cuestiona todas las pautas y la ideología
recibida de sus mayores y busca su propia definición de la vida. Erikson (1982)
ha señalado esta fase en la que destaca la búsqueda de la autoidentidad por
parte del adolescente y en Wilber (1977) correspondería con el inicio del
estadio del centauro. Entre los 30 y
los 35 años se da, asimismo, un periodo de marcado énfasis en la toma de
decisiones, la independencia, la ruptura con antiguos lazos, la asunción de una
nueva orientación más personal en la vida, etc. (Sheehy,
1984). El último periodo, de 51 a 57 años parece coincidir con un
marcado incremento en la capacidad de decisión profesional y empresarial en las
personas, así como en un sentimiento de solidez personal y autoafirmación (Sheehy, 1984). De nuevo estas etapas, correlativas a
las anteriores, forman un triángulo equilátero, que nos muestra la regularidad
que los procesos de la libido parecen tener en el devenir humano. Fig. 7.
6.3.-
Tercera fase del subciclo de la libido. El tercer motivo de
agrupación de la fases, deriva de la señalización por Freud de los procesos de
ligazón de la libido al objeto y en Jung de las herramientas del héroe. Tendría
que ver con un incremento del contacto del individuo con la realidad, con el
objeto. En el primer año este enfoque se
puede percibir en la suprema importancia que en este momento tiene el contacto
que el niño está desarrollando con su propio cuerpo y con los objetos
exteriores, la madre el primero de ellos. La correspondiente fase posterior se
relaciona con el periodo en el que el niño empieza a desarrollar las
operaciones concretas, descrito por Piaget (1947). Es una época de
escolarización y marcado interés por aprender. Erikson (1982) señala el
desarrollo de la competencia para la edad escolar.
Fig. 8: disposición triangular de las fases derivadas del tercer estadio de la libido
Al final de la adolescencia (18-22 años) se da una fase que se puede caracterizar como de contacto con la realidad social-profesional. Al igual que el niño tomó contacto con su cuerpo en la primera fase de este ciclo, y tomó contacto con la realidad mental concreta en la segunda, en esta tercera fase el joven está tomando contacto con una realidad más amplia, la señalada por su relación con el mundo adulto. Es decir, estas tres fases estarían señaladas por la unidad de contacto con la realidad, que es física en la primera, mental en la segunda y social-profesional en la tercera. Fig. 8.
Una cuarta (35-40 años) y quinta (51-57 años) fases están
poco estudiadas en la psicología evolutiva. Cabe no obstante mencionar que en
la cuarta fase parece haber un notable incremento de la estabilidad y la
seguridad material, una actitud más hedonista hacia la vida y una recuperación
de algunos deseos inconscientes profundos relacionados con el cuerpo y la
sexualidad (Sheehy, 1984). En la quinta fase
se podría cabe señalar la posibilidad de desarrollar una actitud tutorial con
respecto a las nuevas generaciones que nos van a sustituir en la vida laboral
activa, así como ensayar o comenzar algunas ocupaciones o aprendizajes que
habríamos de desarrollar después de la jubilación, lo que sería homologo al
aprendizaje que se hace en esta misma fase en la infancia.
6.4.-
Cuarta fase del subciclo de la libido. Al cuarto estadio de la
libido se corresponden fases relativas al crecimiento mental y social
específicas del ser humano (ligazón de la libido a la representación del objeto
de Freud, salida de la gruta y elevación del héroe a los cielos de Jung). La
primera fase tiene lugar durante el proceso de verbalización del niño. Junto al
desarrollo verbal el niño adquiere una incipiente capacidad para manejar sus pulsiones y una visión dual de la realidad.
Gessell (1985) señala que a los 2'5 años el niño ve la vida como una calle de dos
direcciones. En la siguiente fase tiene lugar la descentralización afectiva del niño que le permite desarrollar la
capacidad para las operaciones abstractas, tal como señala Piaget (1947)
en su estudio del desarrollo de la inteligencia. Ambos aspectos: el mejor
conocimiento de lo emocional y un destacado desarrollo de la capacidad de
abstracción vuelven a repetirse en esta fase prepuberal.
Fig.
9: disposición triangular de las fases derivadas del cuarto estadio de la
libido
La siguiente fase, la 11, tiene lugar en la Espiral
Evolutiva entre los 22 y los 26 años. Wilber (1983) señala el principio del
desarrollo de una capacidad abstracta superior, que menciona como lógica imaginativa, hacia los 21 años.
No obstante ésta es una fase que marca el límite de evolución del ser humano,
no todo el mundo tiene o ha tenido el desarrollo que pertenece a ella. Wilber
(1983) describe que la lógica imaginativa
es la primera estructura “[...] que puede sintetizar, establecer conexiones,
relacionar verdades, coordinar ideas e integrar conceptos. [...] Ésta es,
evidentemente, una estructura altamente integradora, en mi opinión, la
estructura más integradora del dominio de lo personal. Más allá se encuentra el
reino de lo transpersonal.” (pág. 262).
En mi opinión la lógica cartesiano-newtoniana se
despliega en el ser humano a partir del nivel de abstracción que supone la fase
7 (operaciones abstractas de Piaget), y este tipo de pensamiento impregna
actualmente todo el discurso académico, aún tratándose de materias tan poco
académicas como pueda ser la psicología transpersonal (Madrona, 1998).
Interpretar la realidad según el nivel de abstracción que se alcanza en la fase
11 implica un salto cualitativo de tal magnitud que sólo lo podremos entender
parcialmente si lo comparamos con el salto que se produce entre el pensamiento
autocentrado del niño y el pensamiento descentrado y abstracto del adolescente.
Y explicar la visión de la realidad que se produce al acceder al nivel de
abstracción que supone la lógica
imaginativa implica la misma o análoga dificultad a intentar explicar a un
niño el tipo de pensamiento adolescente.
De la fase 15 (de 39.8 a 45.0 años, dual consciente) del
segundo ciclo, no sé que haya nada escrito sobre ella (de este definido sector
en particular) que merezca la pena mencionar como un nuevo nivel de desarrollo
de la abstracción. No obstante la posición de esta fase (sobre la 3, el
comienzo de la dualidad en el niño, la separación de los sexos) justificaría
una explicación –si admitimos la coherencia global del conjunto representado
por la espiral– de la teoría junguiana de la evolución y del interés que las
personas que acudían a su consulta en ésta y posteriores edades. En el primer
ciclo tiene lugar en este mismo sector la incipiente conciencia de la
separación de los sexos. Ahora se justificaría en este sector la integración de
la dualidad sexual a través de la incorporación a la conciencia de los modos de
ver el mundo y la conducta del opuesto al sexo biológico, lo que Jung define
como la integración con los arquetipos del anima
y el animus, y que relaciona, sin
especificar fecha, con la madurez.
En esta fase se desarrollaría un nuevo nivel de
abstracción que he llamado lógica
ideo-emocional concreta o autocentrada.
Con este nombre quiero dar a entender que en este estadio la visión global
incorpora consciente y operativamente la percepción del cerebro derecho y el
individuo ya no elabora un mundo únicamente en base a su lógica, pues da igual
importancia a sus percepciones ‘irracionales’ (mantengo el término de ‘lógica’
provisionalmente). Lo de ‘autocentrada’ es porque considero que en esta fase, al igual con lo que ocurre en este
mismo sector en la primera vuelta de la espiral, esa percepción tiene
como centro al individuo. A la siguiente fase, la 19, correspondería una lógica ideo-emocional descentrada o
abstracta. Al igual que en la primera vuelta de la espiral en la fase que
corresponde a este mismo lugar geométrico se
produciría un descentramiento afectivo que llevaría a un nuevo descubrimiento
del tú en este nivel transpersonal y a la capacidad de abstracción ideo-emocional descentrada. En ella,
especulativamente, el individuo podría tener una percepción experiencial y
racional de la realidad desde cualquier lugar de ella, ya sea humano, animal,
vegetal u objetal en general[7].
7.- Trinidad
En torno a la estructura triangular
de los puntos de inicio de los ciclos de la libido (fig. 6) surge la teoría de
que el ser humano está constituido, básicamente, por tres nódulos emocionales
que constituyen el triángulo emocional
que rige la vida humana. Esta teoría es, de todas formas, casi un fiel reflejo
de la teoría de la libido de Jung (1913, pág. 61 a 69), salvo por el hecho de que
se concibe como estructura básica y proceso cíclico que se repite. Es decir, en
el ser humano existen tres núcleos de libido: la protolibido o libido primordial que nos conecta con la
unidad, la libido familiar, que
estructura las sociedades animales y humanas, y la libido sexual que resalta el desarrollo del ego y de la
individualidad y que es específica del ser humano. La concepción de Jung
termina aquí; pero en la teoría espiral después de la tercera fase de la
libido, volveríamos de nuevo a la primera fase o protolibido, según la terminología junguiana, sólo que ahora sería
una libido trascendente, el primer
estadio espiritual que Wilber (1983) llama sutil. Esta nueva fase de la
libido nos reconecta con la unidad
primordial, pero en un nuevo ciclo de conciencia, por lo que se convierte
en la unidad trascendente.
Me voy a limitar a describir un
punto esencial de esta teoría. Cada nueva fase de la libido se apoya en la
negación y rechazo de la anterior. Así la fase de libido sexual (adolescencia, fase 8) se desarrolla rechazando la
fase de libido anterior (Edipo, familia, fase 4) o libido familiar. La fase de libido
trascendente se desarrolla a través del rechazo de la anterior, que implica
la condena del ego, de la sexualidad, de las ambiciones humanas, del maya
budista (en este sentido el papel de la Iglesia Católica y otras confesiones
religiosas, sería un papel evolutivamente necesario para la especie). La fase de
libido trascendente no es el final,
es otra más en el proceso de desarrollo. Así el acceso a la experiencia y
conciencia transpersonal no es el final. En esta teoría supone una
reestructuración radical del mundo vivido hasta ahora por el individuo.
En el
primer ciclo de la espiral las fases de la infancia temprana están sumidas en
una percepción confusional que se va disolviendo y estructurando conforme el
individuo va creciendo y percibiendo la dualidad y la separación, y llega a una
configuración momentáneamente estable tras el Edipo. En este segundo ciclo de
la espiral ocurre lo mismo para cualquier mediano observador. Tras la
experiencia mística y el acceso a una nueva forma de ver el mundo se produce
una gran inflación del ego (evolutivamente necesaria) y una etapa acusadamente
confusional. De esta situación nos sacará, al igual que en la primera vuelta,
el paso de nuevo por la libido familiar (en términos freudianos sería un
segundo Edipo), que ahora podríamos llamar libido familiar trascendente. Tras este paso se supera el exceso de
numinosidad que existe en la primera etapa trascendente y “se vuelven a
ver los ríos y montañas como tales”, tal como reza el dicho zen. Se alcanza una
nueva meseta de estabilidad, al igual que ocurría en la infancia en esta misma
fase. Se vuelve a recuperar la importancia del yo que, en realidad, ha seguido
ejerciendo su poder desde el inconsciente al que se le ha rechazado
ideológicamente desde una incompleta maduración e insuficiente comprensión de
la naturaleza de la conciencia transpersonal. Ya no aparece como algo
rechazable o como algo subordinado al fundamento
dinámico, en terminología
washburniana, sino, como una fuerza en sí
misma, asimilable a una fuerza yang existente en el universo (Madrona,
1998). El acceso a un nuevo nivel
epistemológico de conciencia sólo se puede producir a través de un proceso
recursivo (Keeney, 1994) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede
un yo transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival que
éste necesita para lograr esa integración[8].
Esta manera de ver
el proceso del desarrollo de la conciencia como un ciclo que, en teoría, es
continuo, nos puede ayudar a distanciarnos de los momentos en los que,
sumidos en el éxtasis, nos resulta difícil ver con perspectiva esa misma
realidad que estamos viviendo.
8.- Descripción de las fases opuestas
Desde la perspectiva dual (o diametral) entramos a
considerar fases que se oponen entre sí y muestran relaciones características
de esa oposición. Ver fig. 10.
8.1.-
Primer eje: yo-tú.- La fase 1 representa el nacimiento, la independencia
fisiológica de la madre y el comienzo incipiente del desarrollo del yo. En el
lugar opuesto la fase 7 (9-12 años, la pandilla, el otro) representa todo lo
contrario, lo que he llamado el desarrollo
del tú. En esta fase se produce, como dice Piaget (1947), la
descentralización afectiva y el chico reconoce al otro como alguien distinto de
sí mismo. Al mismo tiempo reconoce también la existencia de una vida interior,
un yo propio y diferente. La fase 1 es egocéntrica y esta actitud se mantiene
hasta la fase 7, en la que empieza el desarrollo social igualitario en la
relación con los pares. Esta distinción es muy clara en la psicología evolutiva
y resulta muy convincente en la espiral evolutiva.
Fig. 10. Polaridades en la estructura de crecimiento (edades en números enteros)
La fase 13 (30-35 años, activa) vuelve a mostrar un intenso periodo yoico, se acentúa la expresión de la independencia y la toma de decisiones, iniciativas y gran actividad (esta fase está simplemente señalada por Rappoport (1986) y Monedero (1982) que inciden en destacar la edad de 30 años, descrita por Sheehy (1984) y se basa también en estudios propios). En la fase opuesta podemos citar la afirmación de Rappoport (1986) para toda la ancianidad como un periodo en el que se vuelve a plantear el tema de la relación social y de la identidad personal con renovado interés. Este mismo autor llega a compararla con la adolescencia, lo que es significativo dado que este ciclo se superpone al periodo adolescente en la primera vuelta espiral.
8.2.-
Segundo eje: corporal-sexual.- En la fase 2 (1-2 años, corporal) se inicia
la educación de los esfínteres y, sobre su base, las estructuras básicas de
educación y las primeras normas de socialización. Se produce el descubrimiento
de los genitales. Es una fase muy relacionada con el descubrimiento del cuerpo.
En su opuesta, la fase 8 (12-15 años, puberal), se da una nueva relación
intensa con el cuerpo debido al desarrollo puberal. Asimismo se empieza a
cuestionar la educación recibida en la infancia.
En la fase 14 (35-40 años, sobre la 2, hedonista) existen
sospechas de que vuelven a hacer una insistente aparición las fijaciones y
“perversiones” infantiles a las que alude Freud en su teoría. La fase 19 (70-77
años) está por estudiar. Habría que investigar la sexualidad en el anciano
dado que esta fase se sitúa en el mismo lugar que la pubertad en el primer
ciclo. Cabe predecir, de acuerdo con esta teoría, que con el progresivo
alargamiento de la esperanza de vida y las nuevas actitudes en materia sexual
de las generaciones que están ahora en la madurez podríamos ver en los
próximos años un cambio total acerca de lo
que se cree sobre la sexualidad del anciano. En este sentido el fenómeno
supuestamente patológico y socialmente rechazado del “viejo verde” podría ser contemplado como una respuesta a un condicionamiento social represivo de
una sexualidad que reverdece.
8.3.-
Tercer eje: verbal-ideacional.- En la fase 3 (2-3 años, Verbal, mental,
social, dual) se produce un notable desarrollo del lenguaje y por su intermedio
un mejor manejo de las pulsiones y de los impulsos motores a través de la
verbalización. Un gran interés por conocer el qué de las cosas. Se descubre la
dualidad de la naturaleza (Gessell, 1985, compara esta fase con la
adolescencia). En la fase 9 (15-18 años, ideacional) se da el notable
incremento ideacional de la adolescencia y un máximo en los procesos de
abstracción; lo que implica interés por comprender el mundo. Se puede
considerar que los sistemas ideales y religiosos son respuestas integradas a la
dualidad de la fase opuesta. La fase 15 (40-45 años, sobre la 3) queda por
estudiar. Podrían investigarse los intereses cognitivos. También cabría apuntar
aquí, ya en el desarrollo transpersonal, la vuelta a la unidad de los opuestos
a través del desarrollo y acceso a la conciencia de las imágenes y actitudes
femeninas y masculinas (opuestas a nuestro sexo biológico) de nuestro interior.
Lo que Jung llama anima y animus.
8.4.-
Cuarto eje: familiar-profesional.- En la fase 4 (3-5 años,
edípica) la socialización a través de la familia está en un momento culminante,
los modelos parentales servirán para la futura socialización del infante. En la
fase 10 (18-22 años, aprendizaje o preparación social-profesional) el joven
puede empezar a realizar por sí mismo estos modelos adquiridos en la infancia y
a proyectarse socialmente a través de su profesión. Comienza la asunción de
roles sociales, profesionales y familiares. Se hacen notar los imperativos de
la realidad social.
Tentativamente en la fase 16 (45-51 años, sobre la 4,
segundo Edipo) se consideraría el comienzo de un cambio de los roles familiares
con la aparición de los primeros nietos o, cuando menos, los cambios que
producen la incorporación de yernos y nueras a la familia nuclear. Este dato de
edad, mucho más disperso en la realidad, sólo tiene sentido dentro de la
estructura total de esta teoría e invita a estudiar esta fase con el enfoque
que se desprende de ella; habría que estudiar una posible renovación de las
cuestiones edípicas y de la socialización grupal, y la posibilidad de que se
produzcan notables cambios sociales aun independientemente de la aparición de
nietos e hijos políticos.
8.5.-
Quinto eje: madurez evolutiva.- En la fase 5 (5-7 años, post-edípica) se da
una afirmación importante del yo como resultado de la asunción y estructuración
de la realidad social a través de la familiar. Se produce una mayor madurez y
estabilidad emocional y la escuela propicia el desarrollo de la individualidad.
En la fase 11 (22-26 años) se estructura o reestructura toda esta temática,
pudiendo aparecer una nueva afirmación del yo (rebelde o conformista) como
consecuencia del asentamiento de los roles
sociales y profesionales que eran incipientes en la fase 10, o como ruptura con
los mismos cuando emerge un yo más profundo y distinto al modelado por
las influencias familiares y sociales. Podría considerarse que la identidad
personal adquirida en la opuesta fase 5 se expresa con más determinación, en
este momento, a través del logro de una identidad social-profesional (también
en las fases 10 y 11 la, señalada por el psicoanálisis, transferencia al
ambiente profesional del conflicto edípico del periodo opuesto).
La
fase 17 (51-57, sobre la 5, plenitud) habría que considerar el aumento de la
fuerza y coherencia del yo si, tal como sugiere la teoría, su expresión resulta
análoga a la de la fase 5. Es una fase que señala, si se ha logrado la adecuada
madurez, un nuevo punto cumbre en el desarrollo de la individuación y también
se apunta como la edad culminante del poder empresarial y profesional (Sheehy
(1984).
8.6.-
Sexto eje: conocer la realidad.- En la fase 6 (7-9 años,
escolar) hay un gran interés por la escuela y por aprender. En esta etapa se
sitúa el comienzo de la fase de las operaciones concretas de Piaget. De este
periodo se destaca el énfasis por el conocimiento racional y detallado del
entorno. En la fase 12 (26-30 años, pérdida,
introversión, mística, unidad postconsciente) hay que considerar su
superposición geométrica sobre la fase 0 o prenatal.
Teniendo
en cuenta estos datos la superposición de esta fase sobre el periodo prenatal
resulta muy significativa. Su interpretación con una orientación transpersonal
estaría señalándonos un periodo no tanto de
regresión (según la teoría de Freud) cuanto de una fase de superación de las
limitaciones egoicas y duales (que son parte imprescindible del
desarrollo de la conciencia e identidad personal) del primer ciclo vital que culmina a los 30 años. En
contraposición a la racional fase 6, el conocimiento que se busca aquí
es holístico, integrador, trascendente, emocional e ‘irracional’. Es la fase 18
(57 a 63 años, sobre la 6) se podría postular, de acuerdo con la coherencia de
la espiral, que es un buen momento para retomar los estudios sobre intereses
que no se pudieron realizar en el curso del desarrollo anterior y para preparar
las actividades que habrían de tener lugar, en nuestra cultura al menos, a raíz
del retiro de la vida laboral.
9.- La estructura cuaternaria
Vamos a exponer brevemente sólo la estructura cuaternaria
de la personalidad que surge de este planteamiento. Las otras subestructuras
cuaternarias posibles son más complejas de exponer e incluyen interpretaciones
probablemente más discutibles, por lo que alargarían excesivamente esta
exposición ya de por sí larga. Ya se ha hablado del desarrollo de la libido en
cuatro fases que configuran tres sectores diferenciados de evolución en la
estructura dodecanaria, pero aquí vamos a ver la estructura poligonal de
cuadrado o cruz que surge cuando se consideran las fases implicadas en ella,
fig. 11.
La estructura cuaternaria de la personalidad que aquí se
propone, está formada por cuatro instancias denominadas yo, tú y principios
materno y paterno. Los principios materno y paterno sustituyen a los de ello y superyó y se entienden como aspectos
formativos de la psique individual conectados con principios universales y arquetípicos, a través de lo que en
esta teoría se configura como el “eje grupal o colectivo”. Ciertos
aspectos de este eje se entienden también como formadores de lo que se concibe
como un yo grupal (identificación con
un grupo, aspectos comunes del yo con otros miembros de la familia, del grupo local,
regional, nacional, racial...). La instancia del tú se entiende como la
producida por un profundo vacío constitutivo de la psique que se genera como
consecuencia de la separación del embrión original en dos sexos y como la
pérdida de la unidad con ‘el todo materno’ intrauterino tras el parto. Es
notorio señalar que esta estructura cuaternaria de la personalidad se vincula a
las fases evolutivas que señala. Es decir las fases evolutivas que coinciden
con las cuatro instancias psíquicas tienen una fuerte influencia en su
configuración y manifestación.
Fig.
11: estructura cuaternaria de la personalidad.
Esta estructura de la personalidad
surge como derivación del esquema ternario de Freud basado en los conceptos de
yo, ello y superyó y se apoya en el concepto de cuaternidad de Jung, en la
propia afirmación freudiana de que “se nos
muestra al yo [...] sometido a tres distintas servidumbres y amenazado
por tres diversos peligros, emanados, respectivamente, del mundo exterior,
de la libido del ello y del rigor del superyó”[9]
(Freud, 1974) [el subrayado es mío] y en el énfasis de Lacán (1971) en la
dialéctica yo-otro[10].
10.- El ciclo vida-muerte
Es
posible estudiar otras relaciones internas. Las fases contiguas tienen, en
algún aspecto importante, una relación
dialéctica entre si. Una es la negación de la otra. Por otra parte esta
relación nos lleva a plantear la sucesión de fases en una modalidad
activo-incisiva y otra pasivo-receptiva en sucesión alternada. No obstante
estas relaciones no aparecen tan claras en la práctica y es más difícil establecerlas.
Hay una
relación matemática que resulta sorprendente y llamativa. La ecuación que ha
resuelto este sistema es de segundo grado. Es decir, tiene dos soluciones.
Idealmente la primera solución se ha hecho partir del punto de nacimiento como
es lógico suponer. La segunda solución (resultado inesperado de naturaleza
matemática) parte del punto en el que geométricamente se sitúa el principio
paterno y social (factor externo al yo), a 90º del primero en el eje positivo
de las ordenadas. La dirección de ambas espirales es contraria.
Fig.
12: las dos espirales.
Para las soluciones de las
mismas correspondientes a 45º, 225º, 405º y 585º ambas espirales se oponen
desde el centro de los cuadrantes 1 y 3, posiciones analíticas de 45º y 225º.
Pertenecen a las fases 2, 8, 14 y 20, edades (en números decimales) de 1'125,
13'125, 37'125 y 73'125 años. La fase 8 registra la gran crisis puberal, la
fase 14 coincide con la gran crisis que menciona Jung entre los 35 y 40 años y
que Michael P Nichols sitúa “alrededor de los 37 años”. Por lo menos en la
Crisis puberal está claro (al menos en nuestra cultura) el enfrentamiento
entre las expectativas de la sociedad y del joven.
Las soluciones correspondientes a los 135º 315º y 495º
sitúan ambas espirales en el mismo punto. Centro
de los cuadrantes 2 y 4. Edades de 5'625, 23'625 y 53'625 años. Soluciones
analíticas correspondientes a los 135º y 315º. Pertenecen a las fases 5,
11 y 17. Al menos en la fase 5 se puede constatar una gran unanimidad en cuanto
a la madurez y autonomía del infante. Los principios simbolizados por el yo y
el medio externo (Padre-sociedad) se encuentran geométricamente, y eso parece
sugerir, simbólicamente, una cierta unión de los mismos, lo que resulta
coherente con los hechos descritos en la fase mencionada. También existe,
según Sheehy (1984) y mis propias observaciones una gran madurez en la fase 17,
en torno a los 53 años. Podría estudiarse desde esta perspectiva la madurez,
desde el punto de vista social-profesional, que debería aparecer en el
individuo, según esta teoría, hacia los 23 años, después de haber tenido acceso
a lo que Wilber llama lógica imaginativa
y/o de haber desarrollado un mayor dominio de lo social-profesional.
Voy a ofrecerles una
interpretación más que a un racionalista al uso le parecerá probablemente
‘sacada por los pelos’; es decir, completamente especulativa y fantástica y con
pocos datos ‘reales’ que la justifiquen. Una interpretación que se apoya en la
simbología milenaria en la que se inspira esta teoría y que no resulta
incoherente dentro de un pensamiento sistémico, de campo o gestáltico, que
busca la globalidad, las estructuras universales, la coherencia interna, la
autorregulación, la retroalimentación y la autorreferencia. La oposición de las
espirales aparece ligada a lo que podríamos concebir como un punto de muerte o punto de transformación
en el ciclo total, mientras que la conjunción de las mismas estaría relacionada
con un posible punto de vida o punto de crecimiento.
En los momentos en los ambas
espirales se oponen tenemos estos datos: antes de llegar al año de edad se
produce una gran mortandad infantil en situaciones tercermundistas, en
orfanatos y lugares análogos (Spitz, 1969). Hasta los 13 años es muy difícil
que se dé el suicidio en los niños, el adolescente empieza a tener otra relación con la muerte y es más capaz de quitarse
la vida, cosa que empieza alrededor de esa edad. Los 37 años es una edad
muy próxima a la esperanza de vida en culturas muy primitivas; hay incluso un
informe estadounidense del Departamento de Salud, Educación y Bienestar Social,
titulado Work en América (1973) que
señala que: “Es observable un marcado aumento en la tasa de mortalidad en los
trabajadores entre los 35 y los 40 años,...” (Sheehy, 1984, nota 6, pág. 600).
La cifra de 73 años es muy próxima a la actual esperanza de vida [según el
estudio original de 1991] en nuestras culturas desarrolladas; aunque en los
últimos años se empieza a rebasar ampliamente; pero cabría aquí suponer que un
estudio pertinente revelase una mayor “tasa de mortalidad” en esas fechas, como
ocurre en el punto opuesto entre los 35 y 40 años.
Una cosa importante de estas consideraciones es que el
próximo cruce de ambas espirales se produce a los 121 años y desde hace algún
tiempo se considera que biológicamente la vida del cuerpo humano es de 120 años
y ésa será la esperanza de vida en un futuro no muy lejano (Hayflick, 1994).
Sería una muestra de la capacidad predictiva de la espiral, de acuerdo con una
de las exigencias de la ciencia. Las edades de oposición de ambas espirales
aparecerían así como puntos críticos de transformación y no como fechas límite. Cabe sospechar entonces que,
una vez superadas las actuales barreras cultural-biológicas a la
prolongación de la vida, la duración de ésta casi se duplicaría en un espacio
relativamente corto de tiempo.
Por otro lado en torno a la
conjunción de las espirales tenemos los siguientes datos: alrededor de los 5 ó
6 años se produce, según Freud, la superación del Edipo y la instauración del
superyó, lo que implica un punto fundamental en la maduración del individuo.
Por estas mismas fechas señala Jung el comienzo de la individuación y la
psicología evolutiva en general las reclama como una fase en la que será una
gran pujanza del yo. En torno a los 23 años y posteriores no hay literatura
psicológica que yo conozca que lo destaque de una manera especial en el
significado buscado en esta teoría. Es posible señalarla como una edad en la
que la pujanza del joven por abrirse un camino en la vida le ha permitido
llegar a un nivel de seguridad importante en sí mismo y en su carrera. Se
podría buscar este tipo de respuesta en esos
estudios estadísticos a los que están aficionados son los racionalistas
(la parte determinista de esta teoría). Por fin alrededor de los 53 años e inmediatos posteriores se puede
afirmar la sensación de plenitud a la que llega el individuo, después de haber
pasado las primeras dificultades de la madurez, se entra en esta etapa con una
gran calidez, maduración y serenidad. Al mismo tiempo también es una edad a la
que se llega a la máxima cota de poder real y de capacidad de trabajo en los
ámbitos profesional y empresarial (Sheehy,
1984).
Supongo
que es difícil de aceptar este tipo de interpretación, pues aparecerá como
demasiado vaga para una mente entrenada en el racionalismo analítico imperante
en el que se busca la diferencia entre el ‘caballo
árabe’ y el ‘caballo andaluz’ y se olvida de la esencia misma del ‘caballo’...,
susceptible de expresarse en múltiples manifestaciones. Pero no será tan
difícil si se acepta un pensamiento sistémico en el que la homología (analogía)
entre distintos niveles de la realidad aparece evidente cuando se busca la
estructura general y no los accidentes particulares. Si se acepta la
posibilidad de que esta visión sea cierta, tenemos descrito matemática y
geométricamente (deterministicamente) un esquema de los ciclos de la vida y de
la muerte en la realidad humana. Pero, al
mismo tiempo, esta estructura nos proyecta hacia una visión trascendente de la
vida y de la muerte enmarcada en proceso de ámbito universal. Una visión que
supera las limitaciones de considerarnos aislados en nuestras
preocupaciones egoicas ante la muerte. Los conceptos de vida y muerte son
expresiones de la conciencia humana. En el universo no hay ‘vida’ ni ‘muerte’,
hay un proceso continuo de transformación de la energía-materia-conciencia-...
en formas que se suceden unas a otras y se reciclan unas en las otras. Para la
conciencia trascendente ésta es una dualidad operativa con la que hay que
manejarse en la realidad ordinaria; pero esa dualidad no existe como
separatividad, no existe como ‘conciencias’ con finalidades opuestas que se
combaten de manera irreconciliable, tal como parece desprenderse de los
conceptos de eros y thanatos de Freud.
11.-
Últimas especulaciones
Desde la perspectiva de estas investigaciones abogo por
la consideración de la naturaleza humana y de la conciencia desde una óptica de
observador externo que implique un descentramiento del objeto de estudio, considerando a éste, por lo tanto,
inmerso en un Universo del que forma parte y en el que coexiste con el resto de
la realidad. No se trata, pues, de estudiar el proceso de desarrollo y
transformación del ser humano en sí mismo, sino en relación a todo el
entorno, del que forma parte. Gracias a posteriores estudios puedo añadir ahora (2013) que la terapia gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) a través de su concepto
‘campo organismo-entorno’ está en esa vía, aunque restrinja este concepto al
marco de la terapia. Precisamente mi
interés profesional en este terreno es destacar de ese concepto su carácter
universal.
En este camino y
aunque esté pendiente de un estudio específico, se podría considerar a la
naturaleza de la conciencia y el ser humanos (haciendo un uso
comparativo de la fórmula de Einstein que iguala materia y energía, a través de
una homología estructural para la que nos da permiso la teoría sistémica) como
compuesta por información y forma, la información como energía
y la forma como materia, pero ambas de una naturaleza más sutil.
Esta idea no sería extraña para los postulados del campo morfogenético
de Sheldrake (1985), el campo j de Laszlo (1993) y la pauta de Keeney (1983). Se podrían postular
los distintos niveles o grados de conciencia desde la óptica de la capacidad del
organismo para establecer relaciones cada
vez más amplias con el entorno. Quizá el hecho de que tengamos una estructura
matemático-geométrica nos acerque a
una medición detallada y cuantitativa de la energía de la información necesaria
para mantener cada uno de los niveles de abstracción de la forma que
supone esta teoría (a través, por ejemplo, de los distintos grados de
abstracción que el ser humano va adquiriendo en las fases que culminan cada
periodo de desarrollo de la conciencia). Es posible que el estudio y desarrollo
en detalle de la forma (modos de
relación con el entorno de cada nivel de abstracción) pudiera darnos, con el
tiempo, una estimación de la energía
de la información involucrada en ella y una manera al menos indirecta de
medirla.
Me permito estas especulaciones (pues no hay motivo para
hacer afirmaciones claras ni rotundas al respecto)
en base a un intento de ver la naturaleza humana como susceptible de un
tratamiento científico; pero no desde la óptica de una consideración
miope y harto limitada de nuestro objeto de estudio, sino desde una visión que
incluya al ser humano global, adecuada a su naturaleza.
Si
esta teoría es correcta implica una visión utópica de la realidad, pues la
armonía que se desprende del mandala de la fig. 1 significa un imposible para
el razonamiento del cerebro izquierdo. Sin embargo, es la armonía que se
experimenta, se tiene y se busca tras la experiencia mística. Hemos de concluir
con ello que esta teoría puede estar representando, verdaderamente, la realidad
tal cual es (al menos la mejor aproximación que tenemos hasta ahora). Entonces
nos hemos de hacer esta pregunta: ¿es que nuestra conciencia está tan limitada que somos incapaces de ver algo que debería
ser evidente? Si la experiencia mística nos sugiere que una visión tal
de la realidad podría ser posible ¿por qué no nos esforzaremos en hallar coherencia a esta estructura? En los
últimos diez años la respuesta que he encontrado ha sido la contraria, un
rechazo sistemático o una indiferencia ‘militante’. No cabría esperar otra
cosa el pensamiento racionalista
imperante, pero ¿vamos a seguir empeñados en ver las cosas al estilo
racionalista? Una utopía, pero con una estructura matemática y
geométrica, implica una conciencia diferente de la realidad. Quizá esta utopía
es posible si cambiamos nuestra forma de
pensar. Esta visión de la realidad no sólo es matemática, es también poética.
Para acceder a ella se necesitan no sólo el rigor del cerebro izquierdo, sino
también la creatividad, la actitud vitalista, el sentido visionario del futuro
de un artista, un pintor, un profeta...
12.-
Conclusiones
Lo importante del esquema dodecanario podría resumirse en
los siguientes puntos:
1.- Revelaría que la naturaleza humana está sujeta, en
su evolución, a unos ciclos armónicos y coherentes, y podría estudiarse desde
la perspectiva de los sistemas autoorganizativos.
2.- Cada uno de estos ciclos sería como una capa que
se agregaría al núcleo
original. La corres-pondencia entre fases semejantes de ciclos o etapas
distintas, sería mutuamente reveladora.
3.- La propia
estructura cíclica con que se presenta el devenir humano, es coherente con el
resto del los fenómenos de la naturaleza (tanto animados como inanimados).
4.- Este enfoque
de la cuestión está de acuerdo con los postulados de la sinergética (la
organización de estructuras complejas como
opuesta a la entropía (Haken, 1983), de la teoría de sistemas (la homología
estructural entre todos los niveles de la
realidad Bertalanffy, 1968), con los del paradigma holográfico (en la parte está el todo, (Weber, 1982) y con la
epistemología cibernética (todo tipo de oposiciones –físicas,
psíquicas, ideológicas, sociales...– configuran un proceso recursivo que da
lugar a nuevo nivel de comprensión y de conciencia (Keeney, 1979). Podría estar
revelando la existencia de un mecanismo complejo y profundo en la naturaleza.
5.- Existe la
posibilidad de que el esquema pudiera ser adoptado y ampliado por otros
enfoques del fenómeno humano (biológico, médico...).
6.- Acaso un
esquema como el presente pudiera ser aplicado, con las modificaciones
pertinentes, a los procesos evolutivos de
algunas especies animales, con lo que dispondríamos de un sistema comparativo
lleno de posibilidades.
7.- Al estar avalado tal esquema por una formulación
matemática, pudiera abrir el camino para posteriores desarrollos y estudios de naturaleza precisa, y,
acaso, a un mayor acercamiento a las ciencias clásicas más objetivas.
8.- Esta teoría podría configurar un camino diferente
en el acceso hacia la iluminación, muy apropiada, quizá, para racionalistas empedernidos; pero ello
estaría directamente relacionado con las dificultades que esta teoría
está teniendo para, siquiera, ser escuchada. Aquí el racionalista tiene sus
hechos ‘medidos y controlados’, sólo tiene que superar el primer rechazo a que
una teoría tal pueda existir, pues como me dijo un profesor de la facultad de
psicología, mi teoría es un “delirio”. Y justo en ese punto de aversión
instintiva está la dificultad máxima.
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[1] Prepersonal, personal y transpersonal tienen
aquí y a lo largo del artículo los mismos significados que les atribuye Wilber
(1977, 1980). Básicamente prepersonal es la fase en la que hay
confluencia entre el individuo y su entorno; personal es la fase en la
que el ser se individualiza y se separa del entono y desarrolla su
autoconciencia, y en la fase transpersonal se vuelve a recuperar la
conciencia de la unidad, pero ahora no está en confluencia ignorante (y
psicótica, en el adulto) con el entorno, pues se conoce a sí mismo.
[2] Una ‘recuperación’ no exactamente tal, como
ya sabemos fundamentalmente por las teorías de Wilber (1991, falacia
pre-trans).
[3] En la medida en que, como dice E. Trías: “...la religión es
explicada desde fuera de ella misma” Pensar
la religión, pág. 77. (1997). Ed. Destino.
[4] El periodo menopáusico y el climaterio masculino, si bien se
localizan en un periodo que va desde los 40 a los 55 años, su media se sitúa
entre los 45-51 años, fase señalada en este estudio como menopáusica. También
la pubertad se puede dar desde los 9 años en países tropicales africanos hasta
los 18 años en países nórdicos. La fase señalada en este estudio como puberal
es el término medio de los datos que se observan.
[7] En parte el concepto de self organismo-entorno en la
terapia gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951; Madrona,
2009) nos estaría indicando que la percepción del self en esta fase transpersonal
estaría unido a una percepción inefable no autocentrada, como son muchas de
ellas, sino puesta en común junto a otro persona; es decir, una experiencia
‘descentrada’. Sería algo análogo al amor humano en el que la pareja ‘se
pierden’ un@ en el/la otr@; pero aplicado a un nivel sutil, espiritual, y sin
que ello lleve, por lo tanto, a una confluencia anuladora de sus personalidades
como ocurre con frecuencia en el amor normal. [Nota añadida en 2013].
[8] La supuesta aparición del yo en la
infancia como algo nuevo que surge desde el inconsciente, tiene una
interpretación diferente en esta teoría. El
consciente (en gran parte el yo en la medida en que existe una identificación
del yo con la conciencia) y el inconsciente (no-yo, gran madre, fundamento
dinámico...) aparecen al mismo tiempo en una dialéctica procedente de la unidad
primordial y como manifestación de fuerzas opuestas (básicas en la naturaleza)
en un nuevo nivel de la realidad (la consciencia). Esta interpretación del yo
surge desde una perspectiva que trasciende el marco autocentrado de la práctica
y la teoría psicológicas. Desde una perspectiva universal que busca la
coherencia con el resto de las discipinas, que ven el mundo dividido en dos
fuerzas opuestas (Madrona, 1998)..
[9] Sigmund Freud. El yo y el ello, Obras completas, pág.
2.726. Ed. Biblioteca nueva.
[10] Hoy (2013) añadiría también en el concepto de campo organismo-entorno de
la gestalt (Perls et al., 1951.)